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La hermandad de la porra no es tan antigua como el mundo, no; pero entradilla en años es. Busquemos, busquemos a ese infeliz me decía mi linda pareja . De modo que tengo que ir sola a casa... ¿Y qué voy a decir?... Y mi hermana e Inés ¿dónde están?... ¡Oh, señor de Araceli, más vale que se abra la tierra y me trague!

Llegaron por fin a la calle de Zurita y se metieron en una herrería, grande, negra, el piso cubierto de carbón, toda llena de humo y de ruido. El dueño del establecimiento avanzó a recibir a la señora, con su mandil de cuero ennegrecido, la cara sudorosa y tiznada, y quitándose la porra, le dio sus excusas por no haber entregado los clavos bellotes.

Yevaba usté sinco mil duros. ¿No es así? Iga la verdá. Ya ve que estaba bien enterao... Otra ves le vi en un animal de esos que yaman otomóviles, con otro señó de Seviya que creo es su apoderao. Iba usté a firmar la escritura del Olivar del Cura, y yevaba una porrá de dinero aún más grande.

Se me atragantaba tanto tratamiento; me daban ganas de gritar: «¡Pero qué porra de Eminencia e Ilustrísima, si nos hemos arañado de pequeños mil veces, porque este grandísimo ladrón no veía mendrugo ni albaricoque en mis manos que no quisiera zampárseloGracias que le hablo de usted desde que le vi beneficiado de la catedral, pues a un sacerdote no está bien tutearle como a un monago.

Con ello cumplo como hombre avisado y como padre cariñoso; y así me encuentro satisfecho, lo que se llama satisfecho hasta la hartura... ¡Canástoles! y a la porra lo demás.

Antes de que concluyera la frase, el D. Carlos voló; y lo digo así, porque el terrible huracán hizo presa en su desmedida capa, y allá veríais al hombre, con todo el paño arremolinado en la cabeza, dando tumbos y giros, como un rollo de tela o un pedazo de alfombra arrebatados por el viento, hasta que fue a dar de golpe contra la puerta, y entró ruidosa y atropelladamente, desembarazando su cabeza del trapo que la envolvía. «¡Qué día... vaya con el día de porraexclamaba el buen señor, rodeado del enjambre de pobres, que con chillidos plañideros le saludaron; y las flacas manos de las viejas le ayudaban a componer y estirar sobre sus hombros la capa.

Hasta con el capitán se atrevía; con el viejo amigo de Pepe, á quien siempre hablaba éste con fraternal atención. ¡Porra! ¡A la vejez, después de una vida de noble é independiente trabajo, ser criado de aquel cachorro de Deusto!... Antes se retiraría, abandonando á Pepe, el cual, bien mirado, ya no era el Pepe que él conoció.

Pues que no beban, ¡porra!, que nos dejen tranquilos, sin exigirnos que disfracemos nuestros vinos; los guardaremos almacenados para que envejezcan tranquilamente, y estoy seguro de que algún día nos harán justicia viniendo a buscarlos de rodillas... Esto ha cambiado mucho. La Inglaterra debe de estar perdida. No necesito que me lo digas; demasiado lo veo yo aquí recibiendo visitas.

Me acuerdo del abrazo de Vergara, y ¡porra!... No te apures, compadre, que ya nos la pagarán. ¡Ay, ay, ay! mutilá Chapelen gorriá. Y se puso a cantar roncamente el himno carlista; pero interrumpiéndose de pronto: ¡Eh, tío Diego, a cantar! Dejémonos ahora de lágrimas... En efecto, su amigo lloraba en aquel momento lágrimas como avellanas, recordando la traición de Vergara.

Pero su franqueza de viejo marino se sobrepuso. ¡Qué porra! eres de la familia y debes saberlo todo. Además, eres mi amigo y quieres á Pepe. ¡Ay, planeta! Aquello ya no es casa, es un convento, y cualquier día, el que fué nuestro grande hombre acabará por traernos el Padre Paulí al escritorio, para que dirija á los empleados. No se separa de él un instante.