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El sud-oeste, viento que corria Con una fuerza grande desmedida, Los árboles y piedras conmovia Por la gente andaba dolorida: Porque tanto ruido levantaba El viento, que al infierno figuraba.

Probablemente Benítez condenaría este afán de leer y me prohibiría la desmedida afición. ¡Oh, qué cosas tan nuevas encuentro en estos libros que apenas entendía en Loreto!

Los registros en las casas menudeaban como en tiempo de los españoles y las avanzadas de las fuerzas americanas invadían nuestras líneas, provocando á nuestros centinelas; en fin sería darle á este escrito una extensión desmedida si yo continuara relatando uno á uno los abusos y atropellos cometidos por la soldadesca americana en aquellas días de ansiedad general.

Mi tía con su idea del decoro de la casa y de la honra de la familia me mortifica más que la otra con su enojo, que tiene por móvil una desmedida avaricia.

La capital de Oriente ha sido siempre notable por su desmedida afición al base-ball... Dice un refrán castellano que Dios aprieta y no ahoga; pero estoy viendo la soga y el movimiento de mano Estenoz. San Luis, Junio 12, 1912.

Fue verdadero festín de cardenales, con desmedida abundancia de peces, mariscos y de cuanto cría la mar, todo tan por lo fino y tan bien aderezado y servido que era una gloria. Veinticinco personas había en la mesa, siendo de notar que el conjunto de los convidados ofrecía perfecto muestrario de todas las clases sociales.

Fue quizá la mayor y más duradera su desmedida afición al café, afición contraída en el negocio de ultramarinos, en las tristes mañanas de invierno, cuando la escarcha empaña el vidrio del escaparate, cuando los pies se hielan en la atmósfera gris de la solitaria lonja, y el lecho recién abandonado y caliente aun por ventura, reclama con dulces voces a su mal despierto ocupante.

Antes de que concluyera la frase, el D. Carlos voló; y lo digo así, porque el terrible huracán hizo presa en su desmedida capa, y allá veríais al hombre, con todo el paño arremolinado en la cabeza, dando tumbos y giros, como un rollo de tela o un pedazo de alfombra arrebatados por el viento, hasta que fue a dar de golpe contra la puerta, y entró ruidosa y atropelladamente, desembarazando su cabeza del trapo que la envolvía. «¡Qué día... vaya con el día de porraexclamaba el buen señor, rodeado del enjambre de pobres, que con chillidos plañideros le saludaron; y las flacas manos de las viejas le ayudaban a componer y estirar sobre sus hombros la capa.

De este modo recorría en la noche tres o cuatro casas. Era su manía la de saber; saberlo todo, hasta lo más trivial e insignificante. Se la toleraba bien en todas partes, porque a pesar de su desmedida febril curiosidad nunca hubo disgusto alguno por su causa.

Volvió en breve, e instalándose ante la copa mostró querer reanudar la conversación política, a la cual profesaba desmedida afición, prefiriendo, en su interior, que le contradijesen, pues entonces se encendía y exaltaba, encontrando inesperados argumentos.