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Y el abogado miraba á Aresti con superioridad, seguro de haberle aplastado con estos argumentos aprendidos en Deusto, sin reparar en que, por defender á sus maestros, atacaba á Sánchez Morueta. El doctor sentíase irritado por el aire de triunfador que tomaba el joven ante las dos mujeres, las cuales parecían admiradas de sus palabras.

Veraneaba con su familia en las costas del Norte, aprovechando el viaje para visitar Loyola y Deusto, los centros de santidad y sabiduría de sus buenos consejeros. El calavera, para demostrarle una vez más que era hombre serio y de provecho, le escribía largas cartas, mencionando sus visitas a Marchamalo, la vigilancia que ejercía sobre la vendimia y el buen resultado de ésta.

Pasaban ante la ventanilla del carruaje los hoteles vistosos del Campo del Volantín, donde se albergaba la aristocracia de la villa; después las verjas y escalinatas de la Universidad de Deusto; mientras por el lado opuesto desarrollaba la ría sus revueltas entre los descargaderos y los barcos anclados.

Los otros se citan para la tarde en las iglesias y se enseñan los revólvers en los rincones de las sacristías. El Padre Paulí predica, hace tiempo, que hay que morir por la fe: el zascandil de Urquiola anda arengando á la juventud salida de Deusto, para que mate en nombre de Dios.

Pero con gran disgusto de todos, no pudieron continuarse los ejercicios, pues no faltó quien indicase á los Padres de Deusto que era peligroso pagar con tales juegos literarios la bondad de los que les habían abierto de nuevo las puertas de España. En las Pascuas de Navidad, el salón de actos se convertía en un teatro.

Su familia, arruinada por la guerra, apenas si le había dejado una renta exigua para vivir, y Urquiola se ayudaba buscando la protección de las familias más linajudas de Bilbao, que veían en él un acabado ejemplar de la juventud sana educada en Deusto. Alborotaba en las luchas políticas, llevando á ellas la misma violencia de su partido cuando se batía en los montes.

La esposa del millonario se sublevaba cuando oía hablar de las calaveradas de Urquiola, queriendo negarlas y acabando por defenderlas con repentina bondad. ¡Descarríos de la juventud y malos ejemplos de los muchachos que no habían sido educados en Deusto! Pero su fondo era bueno y aquello pasaría. Urquiola estaba reservado para altos destinos, ahora que se mezclaba en las luchas políticas.

Y señalaba en dirección á la ría, como si al través de las inmediatas alturas viese con la imaginación la Universidad de Deusto, santuario, para él, de la sabiduría humana. Pues hay para rato, señor Goicochea dijo el médico saliendo del porche en busca del carruaje. No diré que no, don Luis.

Los jóvenes salidos de Deusto hablaban con fruición de ella y de los millones del padre. «¡Qué magnífico bocado!» Y cada uno acariciaba la posibilidad de que le tocase la lotería del matrimonio, en un país donde casi nadie se casa por amor y las uniones entre ricos son negocios vulgares convenidos por las familias con la ayuda y buen consejo de algún padre jesuíta.

Quería saber cómo era Deusto por dentro, aquel templo de la sabiduría envuelto en el misterio: y el sobrino, en sus visitas al hotel, cada vez más frecuentes, la deleitaba hablándola largas horas de los lugares que ella no podía ver por oponerse las reglas de la Compañía á las visitas femeniles.