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Simoun contaba que había sido atajado por una banda de tulisanes quienes, despues de agasajarle por un día le dejaron seguir el viaje sin exigirle más rescate que sus dos magníficos revólvers Smith y las dos cajas de cartuchos que consigo llevaba. Añadía que los tulisanes le habían encargado muchas memorias para su Excelencia, el Capitan General.

Acordóse de Ben Zayb para pedirle noticias, mas, al encontrarle armado hasta los dientes y sirviéndose de dos revólvers cargados como de pesa-papeles, Quiroga se despidió lo más pronto que pudo y se metió en su casa, acostándose so pretesto de que se sentía mal. A las cuatro de la tarde ya no se hablaba de simples pasquinadas.

Agité la mano en señal de despedida, pero la bajé inmediatamente dando un grito, porque una bala me había alcanzado en un dedo. Sarto se volvió hacia y sonó otro disparo, pero como sólo tenían revólvers pronto nos pusimos fuera de tiro. Entonces Sarto se echó a reír. Uno yo y dos usted dijo. No lo hemos hecho mal y el pobre José tendrá compañía.

¡Ábrala usted! exclamó Dechard. ¡Se abre hacia fuera! ¡Qué diantres, Bersonín gritó impaciente Dechard. ¿Tienes miedo a un hombre solo? Me sonreí al oírle y en el mismo instante se abrió la puerta violentamente. La luz de una linterna me mostró a los tres rufianes agrupados en el umbral y apuntando con sus revólvers. Lancé un grito y me precipité sobre ellos a la carrera.

Los bandidos sacaron más de dos mil pesos, dejaron mal herido á un religioso y á dos criados... El cura se defendió como pudo detrás de una silla, que quedó rota en sus manos... ¡Espere, espere! decía Ben Zayb tomando notas; cuarenta o cincuenta tulisanes traidoramente... revólvers, bolos, escopetas, pistolas... leon esgrimiendo, silla... astillas... herido bárbaramente... diez mil pesos...

Algunos palos rompiéronse en pedazos; sonaban las espaldas al recibir los golpes con un ruido de cofres vacíos; caían muchos con la cara cubierta de sangre, tropezando en sus cuerpos los que huían, y comenzaron á sonar por todos lados, como chasquidos de tralla, los tiros de los revólvers.

Nos saludan haciendo descargas al aire con sus revólvers, y luego trepan la cuesta silenciosos, pensando sin duda en los ocho días de mula que les faltan para llegar a su destino. El aspecto de la naturaleza cambia visiblemente, revelando que nos acercamos a la región de las montañas.

El campamento se levantó como un solo hombre. No quién propuso volar un barril de pólvora, pero prevalecieron más sanos consejos, y sólo se acordó el disparo de algunos revólvers en consideración al estado de la madre, la cual, sea debido a la tosca cirugía del campamento, sea por algún otro motivo, fenecía por momentos.

Un momento nos bastó para cubrir las cabezas de los caballos con nuestras capas y después apuntamos al Duque y su compañero con nuestros revólvers. De habernos descubierto los hubiéramos matado allí mismo, o hécholos prisioneros. ¡A Zenda, pues! exclamó por fin Miguel y clavando las espuelas a su caballo lo lanzó al galope.

La vida en aquella casa se hacía imposible. Al fin sucedió lo que temían. Como los terrenos estaban muy lejos de poblado, Cabesang Tales apesar de su hacha cayó en manos de los tulisanes, que tenían revolvers y fusiles. Los tulisanes le dijeron que, pues que tenía dinero para dar á los jueces y á los abogados, debe tenerlo tambien para los abandonados y perseguidos.