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Pero el discípulo de Deusto temía aparecer vencido á los ojos de Pepita, é interrumpía al doctor con exclamaciones burlonas ó con gestos escandalizados. «Está loco: este hombre está locoAprovechando una pausa de Aresti, colocó la objeción que tenía preparada. Criticar era fácil. Pero ya que el doctor encontraba tan defectuosa la moral cristiana, debía decir cuál era la suya.

De repente, el gentío se hizo atrás, volviendo sus mil cabezas. Una nueva procesión llegaba por el puente. Se había reunido en la Residencia de los jesuítas: era lo más brillante del ejército devoto que iba á subir á Begoña; el señorio de Bilbao, en el que figuraban las familias ricas de la villa, los agitadores del bizkaitarrismo, los alumnos de Deusto.

Aresti vió pasar á Urquiola con el revólver fuera del bolsillo, seguido de alumnos de Deusto y de fuertes aldeanos, como un cabecilla, orgulloso de poder realizar dentro de Bilbao lo que sus antecesores sólo intentaron en las montañas inmediatas, durante los dos famosos sitios. ¡Viva Vizcaya! ¡Viva la religión y Nuestra Señora de Begoña! ¡Mueran los liberales!

Es una obrita del Padre Bresciani traducida y arreglada por otros Padres no menos sabios de la Compañía. Se la regalamos á los muchachos, cuando salen con la carrera terminada de nuestra Universidad de Deusto y es una guía completa de lo que debe pensar y hacer en el mundo todo joven cristiano.

Urquiola ocultó con una sonrisa de superioridad desdeñosa la turbación y desconcierto de su pensamiento ante las palabras del doctor. De aquello no le habían hablado en Deusto ni una palabra, y colérico por lo que consideraba una derrota, deseoso de salir del paso como en sus trabajos electorales, con arrogancias de valiente, lamentaba la presencia de Sánchez Morueta.

Todo lo de la Iglesia quedaba justificado claramente en sus páginas, con esa fuerza de razonamiento que sólo poseen los Padres de la Compañía. El que aún estaba en el error era porque no conocía el libro. Usted debía leerlo, doctor dijo con impertinencia el abogado de Deusto. Aresti conocía la obra.

Eso sólo puede decirse á la salida de Deusto. ¡Suprimir el progreso porque trae algunas complicaciones!... Y aquel hombre siempre silencioso, habló lentamente, pero con gran energía. Era un admirador religioso del capital. Aresti conocía su entusiasmo frío y firme por el dinero, que, puesto en movimiento por los descubrimientos industriales, había revolucionado el mundo.

El ingeniero priva en otros países como un primer galán del porvenir; pero aquí, ¡hijo mío!, el héroe de moda, el que arrambla con todo, es el abogado salido de Deusto. Y antes de que Sanabre volviera á hablar de su amor, el médico añadió, cogiéndole de un brazo: Vaya; enséñame todo eso. Piensa que aún tengo que ir á Gallarta.

Pero el abogado no se fijó en esta admiración, enardecido por la proximidad de su triunfo. Allí quería él al doctor, ¿Conque la ciencia podía servir de medio é instrumento á la moral?... En Deusto, aunque Aresti no lo creyera, también les enseñaban algo de la ciencia moderna. Levantaban nada más que una punta del velo que ocultaba este cúmulo de impiedades, para aplastarlas con el santo peso de las buenas doctrinas.

Urquiola la enteraba de todas las fiestas que proyectaban los padres de la Compañía para entretener y conservar bajo su dominio á una sociedad ociosa y opulenta; pero una vez agotados estos temas, la joven se alejaba de él y permanecía silenciosa, como abroquelada por la instintiva repulsión que parecía inspirarle el famoso discípulo de Deusto.