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Yo me disculpé diciendo que me lo habían contado tal como lo referí, y D. José María se puso furioso, llamándome zascandil, embustero y enredador. Efectivamente, D. Rafael vivía y estaba fuera de peligro; mas se había quedado en Sanlúcar en casa de gente conocida, mientras su padre vino a Cádiz en busca de su familia para llevarla al lado del herido.

ISIDORA. Paréceme que entra poca luz, que anochece... JOAQUÍN. Es que se ha nublado. ISIDORA. Mira el reloj. JOAQUÍN. No me da la gana. ISIDORA. ¡Ay! Esas gracias me han hecho llorar mucho. ¡Si él supiera las mías!... JOAQUÍN. Hace unos quince años Sánchez Botín era un zascandil.

Después de lo que sabes de la enfermedad de Ana, secreto que Benítez me impuso y que rompo por lo apurado del caso, después de saber que puede sucumbir ante una revelación semejante.... ¿Pero no es peor hacer lo que hace, que saber que yo lo ? ¿Quién te asegura a ti que no me despreciará, que no procurará huir con el otro? ¡Víctor, no seas majadero! El otro... es un zascandil.

Sin más razón que la de ser yo lo que oficialmente soy, tiene derecho cualquier gacetillero hambriento, el último zascandil de la prensa periódica, á dudar de mi probidad, á llamarme inepto y á disponer contra la opinión pública.

Los otros se citan para la tarde en las iglesias y se enseñan los revólvers en los rincones de las sacristías. El Padre Paulí predica, hace tiempo, que hay que morir por la fe: el zascandil de Urquiola anda arengando á la juventud salida de Deusto, para que mate en nombre de Dios.

¡Loppi, nunca serás más que un zascandil! ¡El que habla con miedo se queda sin lo que desea! Háblale a la maga como un hombre. Háblale, que yo estoy aquí para lo que suceda. Y el pobre Loppi volvió al charco, como con piernas postizas. Iba temblando todo él. ¿Y si el camarón se cansaba de tanto pedirle, y le quitaba cuanto le dio? ¿Y si Masicas lo dejaba sin pelo si volvía sin el castillo?

Estaba el pobre chico encendiendo el quinqué de su cuarto, cuando la señora apareció en la puerta, gritando con toda la fuerza de sus pulmones: «Zascandil». No se inmutó Maximiliano ni aun cuando doña Lupe, repitiendo su apóstrofe, llegó al cuarto o al quinto zascandil.

«¡También ! gritó vapuleándome sin compasión . Ya ves añadió mirando a su marido con centelleantes ojos : le enseñas a que pierda el respeto... ¿Te has creído que estás todavía en la Caleta, pedazo de zascandil?