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Instintivamente, su vista se posó en el siguiente párrafo de la sección telegráfica: Fiddletown, 7. Don Juan Galba, persona»muy conocida en este lugar, murió anoche de delirium tremens. Don Juan se entregaba a desarregladas costumbres, ocasionadas, según se dice, por disgustos de orden familiarLady Clara no se inmutó.

Tampoco hay burra objetó el cazador sin pestañear ni alterar un solo músculo de su faz broncínea. ¿Que... no... hay... bu... rraaaaa? articuló, apretando los puños, don Pedro . ¿Que no... la... hayyy? A ver, a ver.... Repíteme eso, en mi cara. El hombre de bronce no se inmutó al reiterar fríamente. No hay burra.

Y enderezó los pasos hacia el gabinete que le servía de habitación, desde que el Duque ocupaba el piso segundo. Al pasar por delante del corredor, no reparó en doña Paula, que estaba cerca de la puerta, y se inmutó al ver la expresión extraña de su fisonomía. Venturita estaba delante del espejo.

Aconteció que cuando las galeras de rey llegaron, y desembarcó de la capitana mi padre, y subió al estrado en que mi madre con otras damas y caballeros estaba, no lejos de mi madre estaba don Baltasar, que era poco menos que su sombra; de modo que pudo ver mejor que lo que hubiera querido, que cuando mi padre vio a mi madre se inmutó todo, y que mi madre dejó ver el carmín de su sangre en sus mejillas, y sus ojos, antes para todos tan impíos, no pudieron ocultar el fuego del amor que de improviso, a traición, y sin que ella pudiera prevenirse, la había abrasado el alma.

Tan claro pronunció este nombre, que ella no pudo menos de oírle; pero no se le inmutó el semblante.

Como el gran Relimpio hablara entonces de médicos y ensalzase a Miquis, el hombrazo dijo: «¡Ah Miquis!... Ese todo lo cura con agua fría. Le conozco mucho. Asiste a mi hermana Rafaela, la mujer de Alonso, el conserje de la casa de Aransis». Isidora no esperaba oír citar su casa ilustre, y se inmutó un poco.

El culpable se huyó del cazadero, y nadie le vió más aquella tarde. Cuando el magnate dió la vuelta a casa le dijeron que había llegado a ella el perro. Don Jaime, en quien todavía persistía la cólera, dijo al criado: Coge ese perro, sácalo al campo, y pégale un tiro. El servidor se inmutó.

Estaba el pobre chico encendiendo el quinqué de su cuarto, cuando la señora apareció en la puerta, gritando con toda la fuerza de sus pulmones: «Zascandil». No se inmutó Maximiliano ni aun cuando doña Lupe, repitiendo su apóstrofe, llegó al cuarto o al quinto zascandil.

¡Si amo! ¡si amo! ¡con toda mi alma! exclamó el joven refiriéndose siempre á doña Clara. La Dorotea, sin darse á misma la razón, se inmutó profundamente y dejó ver claro su disgusto en su semblante. Acaso aquello era amor propio. Acaso una sensación involuntaria.

Pues hazte cuenta que otro tanto me pasaba á repitió Velázquez con el mismo sosiego. Pues vámonos ya. Mira... Echaremos antes un cigarro, si te parece. Como quieras. Sacó el majo un cigarro puro y luego la navaja para picarlo. El fino cuchillo de Albacete brilló con resplandor siniestro á la luz de la luna. Antoñico se inmutó visiblemente. Toma dijo alargándole cortésmente el cigarro.