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Sin más razón que la de ser yo lo que oficialmente soy, tiene derecho cualquier gacetillero hambriento, el último zascandil de la prensa periódica, á dudar de mi probidad, á llamarme inepto y á disponer contra la opinión pública.

Tanto sacrificio no podía quedar sin recompensa. El dios de los periodistas estaba satisfecho de Abraham-Ben Zayb. Casi al mismo tiempo vino el angel gacetillero trayendo el cordero bajo la forma de un asalto, cometido en una quinta á orillas del Pasig, en donde ciertos frailes pasaban la época del calor. ¡Aquella era la ocasion y Abraham-Ben Zayb alabó á su dios!

Figuraba el gacetillero que don Rosendo llevaba al Duque al Saloncillo y le iba presentando uno por uno los hombres más notables que allí se reunían. Con tal motivo se hacía innoble chacota de don Rudesindo, don Feliciano Gómez, Alvaro Peña, don Rufo, Navarro y otras respetabilísimas personas.

Pero no sabe que el mismo percal se lo vendió a Obdulia rebajando un perro grande, y con una ganancia superior a la que podía esperar el mancebo sonriente y con barba de judío. Las bellas vetustenses, como dice el gacetillero de El Lábaro, no saben salir de las tiendas de modas. Domina allí una alegría bulliciosa, la alegría sin motivo que es la más expansiva y contentadiza. ¿Quién lo diría?

Supóngase, y esto baste, que muerto su padre, en cuanto llegó á Madrid, y solo en el mundo, se dedicó á gacetillero, á repartidor de prospectos..., á padre de la patria, á cualquiera cosa; pues por todos estos escalones y otros mil idénticos, hemos visto subir á otros muchos hasta la altura en que habitaba oficialmente el amigote de don Silvestre.

En fin, tanto insistieron, que Ana, puestos los ojos en los de Mesía, prometió solemnemente ir al teatro. Y fue. El teatro de Vetusta, o sea nuestro Coliseo de la plaza del Pan, según le llamaba en elegante perífrasis el gacetillero y crítico de El Lábaro, era un antiguo corral de comedias que amenazaba ruina y daba entrada gratis a todos los vientos de la rosa náutica.

Como al pobre infeliz que empuña la trompeta de la publicidad se le olvide un detalle, como deje de decir que una lámpara tenía seis luces ó que el niño pequeñito hizo la desgraciada gracia de verter sobre una falda ó un pantalón una bandeja de sorbetes, ó que en un guardapelo ó pulsera se leía la inscripción de Perico, de Luís, ó de Pepe, harto tiene el pobre gacetillero, y más de una vez oirá cosas que le harán renegar del incienso vertido y de las prodigadas alabanzas.

El gacetillero afirmaba en ella, con estilo sencillo y elegante, que el tiempo estaba delicioso, y que nada mejor podían hacer los habitantes de Sarrió en las horas de la tarde, que dar un paseo por las amenas y frondosas cercanías de la población. Otra: ¡Señor Alcalde, por Dios! Se excitaba a don Roque para que obligase a poner canalones en algunas casas.