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Actualizado: 25 de noviembre de 2025


Cerciorose asimismo de que una cartera de cuero de Rusia y plateados remates que pendiente de una correa llevaba terciada al costado, abría y cerraba fácilmente con la llavecica de acero, que volvió a guardar en el bolsillo del chaleco, con cuidado sumo.

Don Román vestía su eterno traje, su traje típico: pantalones anchos; larga levita negra, verduzca y mugrienta; chaleco blanco, pringado de rapé en las solapas; el cuello de la camisa altísimo, arrugado, sin almidón; ancho y apretado corbatín.

Era de baja estatura y prominente abdomen, la cara ancha, la nariz algo aplastada, y una barba en collar, de un blanco sucio y amarillento, todo lo cual le daba lejana semejanza con la cabeza de Sócrates. Al estar de pie, su vientre abultado y flácido parecía moverse con las palabras dentro del amplio chaleco; al sentarse, subíasele esta parte de su organismo sobre el flaco pecho.

Si quiere usted permitir á un viajero con el que ha sido usted tan complaciente, que le invite á almorzar, llegará al colmo de su buena hospitalidad... tan francesa. Realmente, soy yo quien debe hacer los honores... Me disgustaría usted, dijo Cristián sonriendo. Pues acepto. Se puso la corbata, se abrochó el chaleco, cogió el sombrero y salió precediendo á Tragomer.

Viste con pulcritud, y si bien un poco retrasado en la moda respecto á Madrid, está adelantado y mucho respecto á la que ordinariamente rige en las provincias, sobre todo en los pueblos secundarios. Su traje se compone de un chaquet de tela azul, chaleco blanco, pantalón también azul y botas de charol muy empolvadas. Pero aquí, conde, resígnese usted á llevar la vida de la naturaleza.

Don Roque, observando que le habían comprendido, se serenó, despojóse del enorme gabán en que yacía prisionero, de la levita, del chaleco. Al tratar de sacarse las botas, su noble faz municipal tomó el color del vino de Valdepeñas después de encabezado, y no pudo llevar la empresa a feliz término. Cuando vino la criada con el ponche, concluyó de sacárselas.

Le hablaba a poca distancia de su rostro; sentía en sus mejillas el aleteo de aquella boca, su respiración tibia, que le cosquilleaba con intensos estremecimientos. Y al mismo tiempo sus manos, finas y ágiles, le empujaban cariñosamente, quitándole con rapidez la chaqueta y el chaleco. Sintió sobre sus hombros la caliente caricia de la capa de pieles.

En una casa que está en la acera del Norte entre la tienda de figuras de yeso y el establecimiento de burras de leche... allí. Entró Jacinta con el chaleco. Vamos... a ver... ¿Manda usía otra cosa? Nada más, hijita; muchas gracias. Dice este monstruo que no tuvo miedo y que se salió tan tranquilo... yo no lo creo.

Las «socias» cuidaban escrupulosamente de la blancura de sus cuellos y pecheras, y en ciertos días ostentaba sobre el chaleco una cadena de oro, doble, igual a la de las señoras, préstamo de su respetable amigo, que había ya figurado en el cuello de «otros muchachos que empezaban».

En varias ocasiones se le vio de levita cerrada, sombrero de copa y almadreñas: gastaba larga melena, como un caballero del siglo diez y siete; vestía amenudo traje de terciopelo o pana con botas de montar; usaba botines cuando ya nadie se acordaba de ellos, y grandes cuellos de camisa vueltos sobre el chaleco, imitando la antigua valona.

Palabra del Dia

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