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Entonces aparecieron, en su intacta firmeza, los dos fuertes pechos bruñidos y cuasi dorados como copas de ámbar; y el mancebo sintió correr por toda su carne la tentación de aquella cintura cogida y de las abultadas caderas, irisadas por la humedad y la penumbra. La mujer caminó hacia la alcoba, con claro rumor de ajorcas y brazaletes, dejando la huella acuosa de sus pies en el mármol.

" Toma este oro le digo al becerro y forja una hoz". " Yo no soy orfebre me dice que herrero yo soy". " Forjarás la segur; los orfebres no pondrían en mi oro un vigor. Ellos saben de ajorcas y anillos; de segures, no. Yo no quiero mi oro para hacer joyeles que tengan el brillo de una tentación; yo no quiero mi oro para que me muerda la interior serpiente que mordió a Shylock.

Y al movimiento, en celo, de su flanco se entreabren los pliegues de su falda en una irradiación de pedrería. Rozando las ajorcas y los velos con caricias de mano femenina, una pantera arrastra por los suelos el moteado de su piel felina. Sus patas, sigilosas, se deslizan entre las piernas de la bailarina, y en inquietud sus ojos rivalizan con las miradas de la danzarina.

Pusieron una diadema sobre su frente; en sus pequeñas orejas, a guisa de zarcillos, dos gruesos solitarios asidos a sendos y sutiles aretes; junto a los hombros y en las finas muñecas de los desnudos brazo y en las gargantas de los pies ligeros, brazaletes y ajorcas; y varios anillos en los afilados dedos de las manos y también en los dos dedos gruesos de ambos pies, cuyo admirable dibujo no estragó jamás rudo calzado de cuero, y cuya desnudez dejaba ver la nítida blancura de la piel sonrosada y el limpio nácar de las pulidas uñas, sobre las elegantes sandalias.

Llevaba el Rey una tiara no menos estupenda, ajorcas y brazaletes, y por zarcillos dos redondas perlas, del tamaño cada una de un huevo de perdiz. Su cabellera le caía en bucles perfumados sobre la espalda, y la barba formaba menudísimos rizos, artística y simétricamente ordenados. Su vestido y su persona despedían delicada fragancia.

Sin embargo, su flexible cuerpo conservaba los resabios de la tentación y de la danza, y sus pies desnudos se movían cadenciosos como si hicieran oír todavía el martilleo de las ajorcas. La palidez de su rostro daba terror y sus labios enseñaban los dientes con esa sonrisa incomprensible que suele asomar a la boca de los cadáveres.

En cuanto a joyeles, anillos, ajorcas, cadenas, brinquiños, sortijas y estotras baratijas y juguetes mujeriles, basta decirte que si todos los hombres del mundo tuvieran veinte y cinco hijas tontas y feas, y quisieran casarlas con altos personajes por el aliciente de sus joyas, alhajas y preseas llevadas en dote, no lograran todavía desocupar ni una sola de las cuarenta mil estancias que se ven llenas de tales bagatelas y fruslerías.

Era la misma gárrula, las mismas gesticulaciones, las mismas amenazas bestiales e inofensivas del arrabal de Santiago; pero mucho más tumultuosas. A veces, al pasar junto a una ventana, Ramiro escuchaba el rumor de una zambra, y su imaginación evocaba, a pesar suyo, los pies desnudos de Aixa, haciendo martillar las ajorcas, su boca pintada y sus pestañas cargadas de amor y de hechizamiento.

En los brazos desnudos, casi junto al hombro, tenía la dama brazaletes de oro de prolija y costosa labor; sobre el pecho y en las orejas, collar y zarcillos de esmeraldas; y sendas ajorcas, por el estilo de los brazaletes, en las gargantas de sus pequeños pies, calzados por coturnos de seda roja. Lazos de idéntica seda adornaban la falda y el corpiño y ceñían el airoso talle.

Esta señal nos confirmó en que alguna cristiana debía de estar cautiva en aquella casa, y era la que el bien nos hacía; pero la blancura de la mano, y las ajorcas que en ella vimos, nos deshizo este pensamiento, puesto que imaginamos que debía de ser cristiana renegada, a quien de ordinario suelen tomar por legítimas mujeres sus mesmos amos, y aun lo tienen a ventura, porque las estiman en más que las de su nación.