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Falta consignar que de estas nueve cifras, siete correspondían al sexo femenino. ¡Vaya una plaga que le había caído al bueno de Gumersindo! ¿Qué hacer con siete chiquillas? Para guardarlas cuando fueran mujeres, se necesitaba un cuerpo de ejército. ¿Y cómo casarlas bien a todas? ¿De dónde iban a salir siete maridos buenos?

La nobleza y la burguesía, encontrando la mayor facilidad para desembarazarse de las hijas sin soltar dinero, preferían darlas sin dote al convento a dotarlas para casarlas. Pero las dificultades de la vida se acentuaban para las jóvenes casaderas y para los conventos que las servían de refugio.

Y como la causa del matrimonio no avanzaba un paso, se decidió dejar resueltamente a un lado a las jóvenes feas y pobres para dar, al menos, a las que no lo eran un puesto más ancho en el mundo. Un sabio casuista, el padre Bonacina, jesuita, declaraba «exenta de pecado a la madre que desee la muerte de sus hijas sino puede casarlas a su gusto a causa de su fealdad o de su pobreza

siguió diciendo la de Aimont, tratando de salvar la situación, es indiscutible que el matrimonio es difícil para nuestras hijas. ¡Hay tan pocas buenas posiciones!... Es imposible casarlas con un empleadillo de 600 o 800 pesos de sueldo. ¿Verdad, Paulina? , mamá. Sin embargo se atrevió a decir la Sarcicourt con una apariencia de valor, esos son los sueldos ordinarios de los jóvenes.

En cuanto a joyeles, anillos, ajorcas, cadenas, brinquiños, sortijas y estotras baratijas y juguetes mujeriles, basta decirte que si todos los hombres del mundo tuvieran veinte y cinco hijas tontas y feas, y quisieran casarlas con altos personajes por el aliciente de sus joyas, alhajas y preseas llevadas en dote, no lograran todavía desocupar ni una sola de las cuarenta mil estancias que se ven llenas de tales bagatelas y fruslerías.