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Actualizado: 29 de junio de 2025
La postura patentizaba lo brioso de su talle, los largos y tornátiles brazos, las caderas, los omoplatos que, a cada pulsación de la blanca mano, se dibujaban vigorosamente bajo el ajustado corpiño. ¿No es cierto dijo por lo bajo Pilar a Luisa Natal que si Lucía Miranda se vistiese como ella, se parecerían algo, así en las formas? ¡Bah! murmuró Luisa Natal , la Mirandita no tiene pizca de chic.
Agregad á eso un lindo chal de listas azules atado al cuello en forma de corbata con el nudo atras, una rosa natural prendida del borde superior del corpiño, un espeso moño de hermosas trenzas ceñido por una ancha cinta negra en forma de corona, dos redes de seda negra en los brazos atadas con cintas arriba de los codos, bajando hasta los puños y dejando ver la redondez y la frescura de esos miembros, y en fin un par de botines calzando sencillamente dos piés enanos: agregad esos pormenores, digo, y tendreis completo el atavío de una paisana de Interlaken.
Detuvo el paso y recostose en el muro frontero. Una de las mozas era muy blanca y garrida. Con el cántaro en la cadera, y apoyando el vientre contra el duro granito, estirose con ansia hasta recibir en la boca el largo beso del agua. Cuando se irguió de nuevo, su empapado corpiño mostró los hombros y los pechos como si estuviesen desnudos.
Unas, desabrochándose el corpiño, se hacían aire con el pañuelo de seda doblado; otras, tumbadas boca abajo, sostenían el cuerpo en los codos y la barba en las palmas de las manos; otras, sentadas a la turca, alzaban cuándo la pierna izquierda, cuándo la derecha, para evitar los calambres.
Con mucha frecuencia daba a su marido el espectáculo de sus apartes misteriosos con el señor de Sontis; elegía indiscretamente el momento en que su marido atravesaba el patio, para arrojar por la ventana alguna flor de su corpino al oficial de cazadores; quedábase atrás con él, en los paseos a caballo, perdíase en el bosque, y no volvía hasta el caer de la noche en momento en que el barón empezaba a impacientarse, cuando no a inquietarse.
Una vez sola, levantóse aquélla bruscamente de su sillón y dio algunos pasos por su gabinete, aspirando con descomunal ira el frasco de inglesas sales, mientras que se entregaba para su corpino a este aproximado monólogo: ¡No hay duda!
Ella había tenido cuidado de refrescarlo y de modificarlo, dejándola a la moda del día. Con tela que tenía de sobra el corte, y que ella había guardado, se había hecho un nuevo corpiño de medio escote, a propósito para recepciones y tertulias. Se puso este vestido, se miró al espejo y quedó muy satisfecha encontrándose bien.
Las hembras árabes, morenas y huesosas, iban casi desnudas bajo sus barones rayados; las gruesas napolitanas, de cabello revuelto y ojos de brasa, devolvían al corpiño con tranquilo impudor las saltonas exuberancias surgidas al desabrocharse; las castellanas angulosas de pelo aceitoso y retinto, peinadas como vírgenes prerrafaelistas, cubrían prontamente su brazo con triples forros y se alejaban ruborizadas, moviendo la corta y bailarinesca balumba de sus zagalejos trasudados.
En seguida sacó la chica un caramelo que llevaba oculto entre los pliegues del corpiño, le quitó el papel, se lo llevó a la boca, hizo como si quisiese y no pudiese partirlo con los dientes, y, por último, se lo presentó, húmedo todavía, a don Quintín, diciéndole: Pártalo usted y deme la mitad. El estanquero no pudo más.
Al cabo se oyó en el corredor crujido de enaguas almidonadas: la señora jueza entró, sofocada y compuesta de fresco, según claramente se veía en todos los pormenores de su tocado; acababa de embutir su respetable humanidad en el corsé, y sin embargo no había logrado abrochar los últimos botones del corpiño de seda; el moño postizo, colocado a escape, se torcía inclinándose hacia la oreja izquierda; traía un pendiente desabrochado, y no habiéndole llegado el tiempo para calzarse, escondía con mil trabajos, entre los volantes pomposos de la falda de seda, las babuchas de orillo.
Palabra del Dia
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