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Y á propósito de los sombreros de copa, hay que decir que en Vegalora sólo había siete personas que lo gastasen á diario, entre las cuales se contaban el licenciado Velasco de la Cueva, el juez, D. Ignacio Valcárcel y el caballero de las patillas blancas, que ahora da las buenas noches á los presentes con una reverencia protectora que indica claramente la enorme respetabilidad de que gozaba.

¿Y sabéis cómo se llamaba su madre? No me lo han dicho. Pues yo voy á decíroslo. Sepamos. La madre se llamaba... y se llama, doña Juana de Velasco, duquesa viuda de Gandía, camarera mayor de su majestad. Abrió enormemente los ojos Quevedo. Y qué hermosa, qué hermosa estaba entonces la duquesa. ¿Pero estáis seguro de ello, amigo Manolillo?

¡Señora duquesa! ¡señor conde! exclamó la joven dirigiéndose á ellos ¡cuánto siento haberos hecho esperar! Pero de repente doña Clara se detuvo. Los ojos de la duquesa de Gandía estaban fijos con espanto en ella. Doña Juana de Velasco estaba pálida y temblaba. ¡Qué joyas tan hermosas! dijo ; sobre todo... ese collar de perlas... y ese relicario... perdonadme... pero quiero ver ese relicario...

De los vivos, Pinedo, Sánchez, Melchor de León, Miguel Ramírez, Granados, Christóbal, Salvador, Olmedo, Cintor, Jerónimo López. De mujeres, Ana de Velasco, Mariana Páez, Mariana Vaca, Jerónima de Salcedo, difuntas.

Ramiro quiso acudir; pero Velasco le retuvo diciendo: Sigamos, que no somos frailes ni corchetes. Aquí es exclamó de pronto el escribano de raciones, al detenerse frente a una covacha del barrio de San Miguel. Después de cruzar dos patios, treparon una carcomida escalera y llegaron, por fin, sobre un terrado, ante la puertecita de un desván.

Ciego de cólera al verse desobedecido por un indio, mató Velasco al infeliz Marasa de un pistoletazo en el pecho.

Voy á decirte los nombres: La condesa de Lemos, tu hija, te ha obligado sin duda á que prendas á Quevedo, y la duquesa de Gandía, la buena, la inocente doña Juana de Velasco, ha sido, sin duda, quien te ha exigido la promesa formal de no meterte en prenderle.

El gobernador español Velasco, que se inclinaba al movimiento, fué elegido miembro de la junta provisoria. En su sesión de 1813 el congreso creó la bandera nacional y les confirió a dos cónsules el ejercicio del poder ejecutivo. En 1844 volvió a cambiarse la forma de gobierno, confiriéndosele el poder ejecutivo a un presidente elegido por un período de diez años.

Meditaba, señor Velasco repuso Ramiro, en los graves desengaños de este mundo, y que cuando yo era mancebillo daba por seguro llegar a ser algún día un Hernán Cortés o un Gonzalo de Córdoba; e agora he venido a parar en el más ruin y cuitado de los pajes. ¡Si mis ojos fueran capaces de llorar!

Enrique IV sabía positivamente ser la intención de su ex-Consejero insinuarse con el Rey Jacobo I, penetrar sus disposiciones y comunicarlas al Condestable D. Juan de Velasco, que podría sacar partido en beneficio de las negociaciones.