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En cuanto conoció que su autoridad se acataba, De Pas fue amansando el oleaje de su cólera; y al fin, pálido, pero con voz ya serena: Salga usted dijo señalando a la puerta , salga usted... libre por ser un loco... pero ni dos horas permanezca en la ciudad, ni hable con alma viviente de lo ocurrido aquí... y en cuanto a su crimen execrable, yo me entenderé, sin necesidad de ver a usted, con el señor Peláez, y él le comunicará lo que resolvamos.

¡Las obras del puerto que tanto gravan el comercio y el puerto que no se termina! suspiró don Timoteo Pelaez, una tela de Guadalupe, como dice mi hijo, se teje y se desteje... los impuestos... ¡Y usted se queja! exclamaba otro. ¡Y ahora que acaba de decretar el General el derribo de las casas de materiales ligeros! ¡Y usted que tiene una partida de hierro galvanizado!

¡No hay clase, no hay clase! y se alejó no cabiendo en de alegría. Vió venir á Juanito Pelaez pálido y receloso; aquella vez su joroba alcanzaba el máximum, tanta prisa se daba en huir. Había sido de uno de los más activos promovedores de la asociacion mientras las cosas se presentaban bien. ¿Eh, Pelaez, qué ha pasado? ¡Nada, no nada!

Peláez, la Universidad y los gabinetes coquetones del Habanero, ¡qué malignas y deliciosas historias de un momento pudieran relatarnos!

¡Pues para este viaje no necesitábamos alforjas! gritó Contracayes, no menos furioso, volviéndose al consternado Peláez, que no había previsto aquel choque de dos malos genios. Pero, señores, calma... ¡Fuera de aquí, so tunante! gritó el Magistral terciando el manteo, descomponiéndose contra su costumbre... . ¡Desgraciado de ti! Date por perdido, mal clérigo....

Chichoy había ido á entregar unos trabajos para don Timoteo Pelaez, un par de pendientes para la recien casada, á la sazon en que demolían el kiosko que en la noche anterior había servido de comedor á las primeras autoridades. Aquí Chichoy se ponía pálido y sus cabellos se erizaban.

Grandes anuncios cubrían las paredes de las casas, misteriosos y fúnebres, que excitaban la curiosidad. Ni Ben Zayb, ni el P. Camorra, ni el P. Irene, ni el P. Salví la habían visto aun; solo Juanito Pelaez estuvo á verla una noche y contaba en el grupo su admiracion.

Deus meus, Deus meus, quare dereliquiste me, decían los atribulados ojos mientras que sus labios murmuraban: ¡linintikan! En vano tosía, estiraba la pechera de su camisa, se apoyaba sobre un pié, luego sobre otro, no encontraba solucion. Vamos, ¿qué tenemos? repetía el catedrático gozándose en el efecto de su argumento. ¡La bibinka! soplaba Juanito Pelaez, ¡la bibinka!

El Magistral estaba pensando en la manera de solicitar a sus penitentes que tendría aquel salvaje.... Hubo un momento de silencio. No se había hablado palabra del negocio y hasta el mismo Peláez comprendió que había que abordar la cuestión espinosa.

En cuanto á la presencia de ésta en el teatro, todavía era de agradecérsela; ella, forzada por la tía, solo se había decidido con la esperanza de verle durante la funcion. ¡Bien se burlaba ella de Juanito Pelaez! ¡Mi tía es quien está enamorada! dijo riendo alegremente.