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Rafael se detuvo en la narración de sus proezas hípicas, viendo la sombra de una persona en el cuadro de la puerta, sobre el fondo de luz violácea del crepúsculo. ¡Ah! ¿eres ? dijo riendo. Pasa, Alcaparrón, no tengas miedo. Entró un mozo de escasa estatura, avanzando cautelosamente, de medio lado, como si temiera rozar la pared.

Tuvieron en aquella tarde encuentros muy penosos. Andresito, el hijo de Cuadros, pasó por entre las dos filas de carruajes montando el enorme caballote que le había comprado su padre. Buscaba a la novia para ir escoltándola, luciendo sus habilidades hípicas en torno de su carruaje.

Las aficiones hípicas del dueño de aquel despacho se delataban igualmente en los pasillos, que desde la puerta de la casa conducían allí; por todas partes monturas colgadas y cuadros representando caballos en libertad o aparejados. Hasta sobre la mesa de escribir, el tintero, los pisapapeles y la plegadera estaban tallados en forma de herraduras, estribos o látigos.

Con estas maldiciones hípicas y un abrazo se despide mi amiga Luisita, que tiene fáciles las lágrimas y no menos fácil tiene la risa. Alguna vez os he hablado de mi excelente marido y de mi felicidad inalterable desde el día en que el amor nos unió con la bendición del altar y la sanción de la ley.