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Hija de los duques de Bretaña, casada con un antiguo gobernador del Senegal, la duquesa llevaba un sombrero de paja teñido de negro cuyas cintas se retorcían como bramantes. Un velillo de imitación, agujereado por cinco o seis sitios distintos, mal ocultaba su cara, dándole además un aspecto extraño.

Era su hermana mayor, la cual creía también en la pasión de Regalado, pero que lejos de alentarla se mostraba exasperada, furiosa. Pasó como un torbellino en persecución de la incauta doncella gritándole con acento amenazador: ¡Aguarda, aguarda; yo te arreglaré, grandísima pícara! Los vecinos se retorcían de risa. Nadie sabía cuál de las dos mujeres era más simple.

Estallaron más fuertes los sollozos bajo los mantos y los capuchones. «¡Adiós! ¡adiósSe estrechaban las manos, se besaban las bocas, se retorcían los brazos, como si todos se despidieran para no verse más. «¡Adiós! ¡adiósSe alejaron por grupos, cada uno en distinta dirección, hacia las montañas cubiertas de pinos, hacia las alquerías de lejana blancura medio ocultas entre higueras y almendrales, hacia los rojos peñascos de la costa; y era un espectáculo absurdo e incoherente ver bajo el ardor del sol, al través de los campos verdes y espléndidos, cómo marchaban con paso tardo estos fantasmas espesos y sudorosos, incansables lloradores de la muerte.

Tomó entonces unas tierras cerca de Sagunto: campos de secano, rojos y eternamente sedientos, en los cuales retorcían sus troncos huecos algarrobos centenarios ó alzaban los olivos sus redondas y empolvadas cabezas. Fué su vida una continua batalla con la sequía, un incesante mirar al cielo, temblando de emoción cada vez que una nubecilla negra asomaba en el horizonte.

El Magistral reanimó también el espíritu de la escuela con chascarrillos morales y apólogos joco-místicos. Las muchachas se morían de risa, se retorcían en los bancos, y dejaban ver a los profanos y a los catequistas, relámpagos de blancura debajo de las faldas que movían indiscretas, sin pensar en ello muchas, algunas sin pensar en otra cosa.

Desnoyers vió en estos rectángulos llenos de tizones, sillas, camas, máquinas de coser, cocinas de hierro, todos los muebles del bienestar campesino, que se consumían ó retorcían. Creyó distinguir igualmente un brazo emergiendo de los escombros y que empezaba á arder como un cirio. No; no era posible... Un hedor de grasa caliente se unía á la respiración de hollín de maderas y cascotes.

Los que llegaron primero a los depósitos de trépang, al pisar con los pies desnudos sobre los vidrios, se echaron atrás, dando alaridos. Algunos, que cayeron entre los pedazos de botellas, que les cortaban las carnes, se retorcían desesperadamente, regando el terreno de sangre.

De las mangas de su sobretodo salían sus manos de dedos pequeños y morenos, que retorcían y golpeaban con nerviosa persistencia, y de un modo que indicaba la alta tensión de aquel hombre, los brazos tapizados de la silla en que estaba sentado delante de nosotros.

Los olivos se retorcían con furia, adoptaban posturas grotescas, chupando con ansia de aquella tierra roja las escasas partículas de agua; árboles tristes, ridículos, donde alguna vez, como en todos los seres feos de la tierra, brilla un relámpago de hermosura, cuando el viento arranca de sus pobres hojas algunos reflejos argentados. ¡Nos acercábamos a Sevilla! Sentía mi corazón palpitar con brío.

¡Qué bilis tiene usted, tío! exclamaba Frasquito mientras los demás reían á carcajadas. ¡Casi !... Átale corto, prenda, porque si te descuidas es capaz de dejarte sin platos en la cocina... Y el viejo, á quien el vino ponía siempre provocativo, soltaba un chorro de gracias mortificantes. Los invitados se retorcían de risa.