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Sin recoger la broma, puse en las manos de Genoveva mi recuerdo de año nuevo, que era un velillo de butaca, pintado a mano. Genoveva pareció contenta de mi trabajo, y fui dichosa al ver su placer. ¿Y las cartas? dijo la de Ribert. Pensemos en las cosas serias... Iba a abrir una cuando se presentó Francisca.

Ella ni aceleró ni acortó el paso; la insistencia casi descarada de don Juan no descompuso su tranquilo caminar de diosa vestida a la moderna; pero a la segunda vez que le sintió pasar a su lado, alzó el manguito en que llevaba metidas las manos, y se oprimió el velillo contra el rostro, como queriendo recatarse, lo cual avivó en el hombre la curiosidad y la sospecha.

En el instante de arrancar el carruaje, la desconocida se alzó el velillo. Don Juan pudo dudar mientras vio el rostro al través del tul; pero toda perplejidad quedó desvanecida al mirarlo libre de aquel adorno. ¡Qué cara!

Yo volveré pronto, te lo juro. ¡Y quién sabe!... vendrás allá... más adelante: cuando yo sepa cuál puede ser mi suerte. Ella se soltó bruscamente de su brazo, anduvo algunos pasos titubeante, y casi se desplomó sobre un banco. Su diestra, oprimiendo un minúsculo pañuelo, pasó entre el velillo y el rostro para cubrirse los ojos.

No, Ernestina dijo por fin, tuteando a su mujer . Nunca nos uniremos. Te conozco: todas sois iguales. Es mentira lo que dices. Sigue tu camino, como si no nos conociéramos... Pero no pudo continuar. Su mujer le volvía ahora la espalda. Lloraba descansando la cabeza en el respaldo del asiento, y su enguantada mano introducía el pañuelo bajo el velillo para secarse las lágrimas.

Vestía de negro y el velillo del sombrero cubría su cara. Esbelta y de gracioso andar, sus caderas movíanse con armónica cadencia, y a cada paso resonaba el fru-fru de la fina ropa interior. Luis percibía el mismo perfume de la carta que guardaba en su bolsillo. , era ella. Pero cuando estuvo a pocos pasos, el movimiento de sorpresa de su cochero le avisó antes que su vista. ¡Ernestina!

Según dicho documento había 168 maestros y 111 tratantes que tenían cada uno varios telares de las clases siguientes: Lama de plata con flores de seda 1 Id. id. lisa. 2 Sarga ancha lisa. 26 Id. id. labrada. 53 Id. angosta. 10 Paño de seda. 2 Felpa lisa. 26 Id. labrada. 10 Terciopelo de verano. 5 Raso liso. 1 Damasco. 1 Canutón ó cotonia. 4 Cotonia con plata. 1 Ceñidores. 4 Pañuelos. 12 Anafayas. 3 Estameña. 2 Canicula. 1 Velillo. 1 Mantillas anchas de velillo. 1 Mantos anchos. 18 Tafetan. 95 279

Hija de los duques de Bretaña, casada con un antiguo gobernador del Senegal, la duquesa llevaba un sombrero de paja teñido de negro cuyas cintas se retorcían como bramantes. Un velillo de imitación, agujereado por cinco o seis sitios distintos, mal ocultaba su cara, dándole además un aspecto extraño.

Ella con otro traje: falda ceniza y abrigo muy oscuro, de paño todo bordado; sombrero gris con gran lazo y velillo; en vez de zapatos, botas. Don Juan, que va resuelto a hablar, se acobarda viendo a la niñera. «No: los criados son enemigos, no quiero comprometerla. Pero cuando viene aquí, cuando no se va de paseo a otra parte... por algo es

Y mientras el cochero corría a un ventorro inmediato, Luis intentó tranquilizar a su mujer. Vamos, Ernestina, serenidad. No es para tanto. Esto es ridículo. Pareces una niña. Pero ella aún gemía cuando llegó el cochero con una botella llena de agua. En la precipitación había olvidado el vaso. No importa, bebe. Ernestina cogió la botella y se levantó el velillo. Ahora la veía bien su marido.