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«Lo mejor será llamar». Salió a los pasillos en zapatillas. ¡Petra! ¡Petra! dijo, queriendo dar voces sin hacer ruido. Petra, Petra.... ¡Qué diablos! cómo ha de contestar si ya no está en casa... la pícara costumbre, el hombre es un animal de costumbres. Suspiró don Víctor.

Maximiliano no podía decir tal cosa; pero tampoco podía decir otra, porque si en el fondo de su ánimo empezaban a levantarse olas de entereza, esas olas reventaban y se descomponían antes de llegar a la orilla, o sea a los labios. Estaba tan cortado, que sintiendo dentro de la energía no la podía mostrar por aquella pícara emoción nerviosa que le embargaba.

¡Ya lo creo, como que sólo eres el inteligente! exclamó vivamente el concejal . Mira, Cobo, aquí el general puede hablar porque tiene motivo, ¿estamos?... pero debes callarte porque me gastas una oreja como la de una cocinera. Pero hombre, ¿por qué se picará tanto Ramoncito, en cuanto usted le dice algo? preguntó el general riendo.

Cuidado con que te desmandes, y mal instruido por esta pícara condesa, vayas ahora a deshacerte en requiebros, y desbaratarte en suspiros y fundirte en lágrimas... Los niños a la escuela. ¡Qué cosas tiene esta Amaranta!

Sentía en , detrás de aquella idea, una calentura de celos que me abrasaba. Para averiguar si era fundada aquella pícara idea, fui ¿y qué hice?

Una violenta expresión de ira se pintó en el rostro de la señora al oír este nombre; volvióse bruscamente hacia una joven que la acompañaba, y exclamó con más impetuosidad que prudencia: Pero, ¿has visto?... ¡Si esto clama al cielo!... ¡Pícara madre! ¡Pícara madre!... Mientras este ángel llora, estará ella escandalizando a Madrid como acostumbra.

Julián, que empezaba a descalzarse los guantes, se compadeció del chiquillo, y, bajándose, le tomó en brazos, pudiendo ver que a pesar del mugre, la roña, el miedo y el llanto, era el más hermoso angelote del mundo. ¡Pobre! murmuró cariñosamente . ¿Te ha mordido la perra? ¿Te hizo sangre? ¿Dónde te duele, me lo dices? Calla, que vamos a reñirle a la perra nosotros. ¡Pícara, malvada!

Hay que guardar el secreto: mucho cuidado, señores, y ustedes, niñas, guárdense muy bien de ir contando estas cosas cuando vayan a la costura, porque puede llegar a oídos del Gran Duque de Berg... Yo creo que pasará lo siguiente: el ejército de Andalucía vendrá a la Mancha; los franceses irán a batirlos, dejando libre a Madrid, donde entrará D. Gregorio de la Cuesta, el cual, si sigue después hacia el Mediodía, les picará la retaguardia por Tarancón; y como al mismo tiempo los de allí le harán retroceder hacía el Tajo, viéndose los franceses atacados por un lado y otro, por fuerza tendrán que caer al río, donde se ahogarán.

Era su hermana mayor, la cual creía también en la pasión de Regalado, pero que lejos de alentarla se mostraba exasperada, furiosa. Pasó como un torbellino en persecución de la incauta doncella gritándole con acento amenazador: ¡Aguarda, aguarda; yo te arreglaré, grandísima pícara! Los vecinos se retorcían de risa. Nadie sabía cuál de las dos mujeres era más simple.

Beberemos un poco. ¿Y cuándo va usted a matar a ese hombre? Cuando tenga la certeza de su alevosía. Hasta hoy tengo indicios que casi son datos evidentes; de los cuales resultan sospechas que casi son la misma certidumbre. Pero necesito más, porque mi alma, crédula hasta lo sumo, forja sutilezas y escrúpulos. La pícara quiere prolongar su felicidad.