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La locura de doña Juana ha llegado al extremo de suponer que hasta los que nada le dicen están enamorados de ella. En este número me cuento, por mi desgracia. El verano pasado vi y conocí a doña Juana en los baños de Carratraca. Y como ahora estoy aquí, ella ha armado en su mente el caramillo de que he venido persiguiéndola.

Mas aquel osado deseo no quiso apartarse de su espíritu y continuó persiguiéndola sin que a pesar de muchos esfuerzos lograse desecharlo. Ella no era digna de tanta gloria, bien lo sabía, pero su deseo era hijo del amor que el divino Jesús le había infundido en el pecho; de suerte que no era ella, sino el mismo Jesús el autor de este deseo.

La perdiz acosada se metió en un espeso zarzal: el halcon persiguiéndola se entró tambien en él; pero viendo el rey al cabo de largo rato que su pajaro favorito no parecia, mandó á sus monteros cortar aquella maleza y sacarlo.

Esta pasividad excitó más la agresiva intención de la señora, que, persiguiéndola con los ojos y con la actitud, continuó: Mi hermano estaba loco, loco de atar...: heredó de los abuelos esta dolencia. Le acudió a Carmen un lógico pensamiento, y delatándole en voz alta, preguntó: ¿No eran también abuelos de usted?

Y trató de ahuyentarla; pero, la idea, como mosca impertinente, la siguió hasta su cuarto, revoloteando sobre su cabeza, picoteándola en la frente, persiguiéndola incansable, más pegajosa cuanto más desechada. ¡Qué disparate! repetía misia Casilda. ¿De dónde ha venido a ocurrírseme semejante cosa? Solamente loca... ¡Dios me libre!

Y por ahí continuó soltando a chorros sarcasmos e insultos, hasta que al fin la pobre Josefina rompió a llorar. Las demás criadas, menos malévolas, se veían, no obstante, lisonjeadas por aquella humillación. Al fin se pusieron de su parte, trataron de consolarla, mientras Concha, despiadada, más dura y más fría que el mármol, siguió persiguiéndola largo rato con rechifla sangrienta.

La blanca «Flor de almendro» comenzó a girar sobre sus pequeños pies, y él saltó y saltó, persiguiéndola en sus evoluciones. ¡Pobre muchacho! Jaime sentía una impresión de angustia, adivinando los esfuerzos de aquella pobre voluntad para dominar la fatiga de su cuerpo. Respiraba jadeante, a los pocos minutos le temblaban las piernas, pero a pesar de esto sonreía, satisfecho de su triunfo.