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Algo semejante, aunque no con tal fuerza, le acaeció en presencia del Apolo del Belvedere, y el Fauno de Praxíteles en Roma, de la Niobe y la Venus de Cleomenes en Florencia. Al regresar a Madrid y tocar nuevamente la prosa de los expedientes y la vida mezquina de la casa de huéspedes, experimentó una sensación de tristeza mortal como si le hubiesen condenado a presidio.

Y aún tienen más: brazos marmóreos, frescos como rosas salpicadas de rocío; senos sobre los cuales el gran Praxíteles modeló su copa, que es la línea más pura y más ideal de la antigüedad... Los senos, en otra era, en la idea de ese ingenuo anciano que los formó, que fabricó el mundo, y de quien una enemistad secular me veda pronunciar el nombre, eran destinados a la nutrición augusta de la humanidad; hoy, ninguna madre racional los expone a esa función deterioradora y severa, sirven sólo para resplandecer entre encajes a la luz de las «soirées» y para otros usos secretos.

¿Qué traes por aquí a estas horas, Praxíteles? exclamó alegremente al ver a nuestro joven entrar en su despacho. Molestias para usted, D. Miguel. ¿Está usted muy ocupado? La sonrisa de Rivera se desvaneció al ver la triste y penosa que contraía los labios de su amigo. El semblante de Mario expresaba abatimiento profundo. ¡Ocupado! Sólo lo está el que espera algo.

Aunque ya lo he dicho, repito ahora que, en mi sentir, Alejandro vale más que Napoleón y Aristóteles más que Hegel, Píndaro o Isaías más que Víctor Hugo, y Fidias y Praxíteles más que Canova y Thorvaldsen. En todo esto hay negación de progreso. El superhombre era más superhombre hace dos mil o tres mil años que en el día.

Bien dijo el poeta Southey, que los primeros veinte años de la vida son los que tienen más poder en el carácter del hombre. Cada ser humano lleva en un hombre ideal, lo mismo que cada trozo de mármol contiene en bruto una estatua tan bella como la que el griego Praxiteles hizo del dios Apolo. La educación empieza con la vida, y no acaba sino con la muerte.

¡No necesito más! ¡La Trini! exclamó Tristán riendo también; luego añadió bajando la voz : Efectivamente... rubia con ojos negros... no es extraña la equivocación. ¡No digas sandeces, Tristán! Si tu cuñada te oyese te arrancaría los ojos. ¡Confundir una madonna de Rafael, una estatua de Praxíteles con esa moza de cántaro! Y a propósito, ¿te pega mucho Clara? ¡Todavía no! exclamó el poeta riendo.

El marqués se encogía de hombros. Sea Praxíteles. Las señoras eran las que podían juzgar mejor, porque muchas de ellas habían conseguido ver a Anita como se ven las estatuas. No sabían si era un Fidias o un Praxíteles, pero que era una real moza; un bijou, decía la baronesa tronada que había estado ocho días en la Exposición de París. Su belleza salvó a la huérfana.

Con los escultores ocurrirá lo propio, cuando pretendan superar por nuevos senderos a Fidias y a Praxíteles. Y los pintores, si ambicionaran ser entre sus contemporáneos príncipes o reyes de su arte, como ya lo fueron en otra edad Rafael, Velázquez y Rembrandt, caerían en los amaneramientos más disparatados.

Así como la naturaleza influye en el arte, ya que Fidias y Praxiteles no hubieran esculpido las maravillosas imágenes de Júpiter, Minerva y Venus, si no hubieran tenido modelos de gran valer, así el arte influye en la naturaleza, porque las mujeres y los hombres, que contemplan lo bello en las representaciones artísticas, se enriquecen la imaginación, é influyendo esto en todo el organismo vital, hace que nazcan chiquillas y chiquillos preciosos.

Más bien que la de Milo la de Médicis rectificaba el joven y ya sabio Saturnino Bermúdez, que sabía lo que quería decir, o poco menos. ¡Es un Fidias! exclamaba el marqués de Vegallana, que había viajado y recordaba que se decía: «un Zurbarán», «un Murillo», etc., etc., tratándose de cuadros. Y Bermúdez se atrevía a rectificar también: En mi opinión más parece de Praxíteles.