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«El que vivir desea Y divertirse, Abandone á Minerva: Mis viñas cuide ...» ¡Silencio! ¿No ves que el poderoso JÚPITER ha de hablar? ¿Y qué? ¿Se ha enfadado el vencedor de los Titanes? Defiéndele, SILENO, porque no digan que tus discípulos son unos impertinentes.

Parecía ella una sacerdotisa y él un acólito de aquel culto platónico. El mismo don Fermín, las veces que presenciaba aquellas ceremonias, sentía un vago respeto supersticioso, sobre todo si contemplaba el rostro de su madre, más pálido entonces, algo parecido a una estatua de marfil, la de una Minerva amarilla, la Palas Atenea de la Crusología.

Como las gotas que en verano llueven Con el ardiente sol dando en el suelo, Se transforman en ranas y se mueven, Assí al calor del gran Señor de Delo Se levantan del polvo poetillas Con tanta habilidad que es un consuelo; Y es una de sus grandes maravillas El ver que una comedia escriba un triste Que ayer sacó Minerva de mantillas.

De esta suerte puede afirmarse con fundamento que la Minerva griega salió grande y armada, del cerebro de Homero; esto es, que filosofía, historia, ideas religiosas y políticas, artes de la guerra y de la paz, teatro, todo, en una palabra, se muestra, no ya sólo como germen fecundo, sino como flor que va a abrir el cáliz y a dar fruto sabroso y semilla abundante, en los versos divinos, de la Ilíada y la Odisea.

Si la imaginación humana fuese tan viva y creadora en nuestros días como lo fue en la antigua Grecia, yo me daría a sospechar que la diosa Minerva, así como acompañó y guió a Telémaco en sus peregrinaciones, tomando la figura de Mentor, así os acompaña y guía al presente bajo la figura de un garzón barbilindo, disfraz más adecuado, en mi sentir, que el de un vejestorio barbudo.

Al encararse con Miguel de Zuheros, mirándole de frente, le hizo bajar los ojos deslumbrado por la viveza de aquel mirar y por la fuerza magnética de aquellos ojos verdes o glaucos como los de Minerva, Medea y Circe, y que podrían compararse a dos esmeraldas ardiendo en llamas.

«Adórete el coro de las musas, concédate Apolo presidirlas, y mande Júpiter que en el Gran Consejo de los dioses te sientes á su lado en silla de oro, entre tus dos perpetuas compañeras Minerva y Venus, y aclamándote las gracias, las musas y las demás diosas. ¡Decid, vitor pæan

Señal de dar limosna los sábados o fiestas no se veía ninguna, pero por privilegio envidiable tenía la finca oratorio donde se rezaba misa cuotidianamente y, si acaso pasaban por la calle alguna Minerva o el Dios chico, lucían los balcones grandes y blasonadas colgaduras.

Finalmente, Apolo se aplaca por las súplicas de Minerva, muda el humo en luz radiante, y devuelve á nuestro planeta el amor y la reconciliación. La vida es sueño. Todo lo esencial del plan de esta poesía, quizá la más famosa de nuestro dramaturgo, parece ser invención suya exclusiva.

Siempre estaba Júpiter, el rey de los dioses, sin saber qué hacer; porque su hijo Apolo quería proteger a los troyanos, y su mujer Juno a los griegos, lo mismo que su otra hija Minerva; y había en las comidas del cielo grandísimas peleas, y Júpiter le decía a Juno que lo iba a pasar mal si no se callaba enseguida, y Vulcano, el cojo, el sabio del Olimpo, se reía de los chistes y maldades de Apolo, el de pelo colorado, que era el dios travieso.