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Las contradictorias opiniones de sus biógrafos extranjeros Justi, Stirling y otros, puestas en claro por Beruete, demuestran que cuando pintó en 1619 la Adoración de los reyes, y menos antes, no podían influir en él los cuadros de Ribera desconocidos en Sevilla hasta 1631; y que no teniendo Zurbarán sino unos cuantos meses más que Velázquez, éste vería en él un compañero y no un maestro.

Allí, en ese noble altar de piedra levantado al genio en presencia de un pueblo que ha sido tan heróico, se ven las estatuas de Alonso Cano y Herrera, de Velázquez y Murillo, de Ribera y Montañez, de Roelas y Zurbarán, y de toda esa pléyada de divinos maestros que le dieron á España el derecho de llamarse nacion de artistas como de héroes y poetas.

En lo general la Andalucía es un país muy rico en tesoros de esa clase, y despues del admirable museo de Madrid en ninguna parte de España se pueden hallar tan bellos cuadros como en Granada, Sevilla y otras ciudades andaluzas. ¡Qué de tesoros de Murillo y Ribera, de Cano, Palomino, Zurbarán, Herrera y muchos otros maestros, dispersos en todo ese país del amor voluptuoso y del arte delicado!

El que se ha llamado su primer estilo es ya el propio de un maestro en vía de formación que indaga y analiza hasta la quinta-esencia de lo que mira, apurando, concluyendo mucho en la ejecución aun a riesgo de parecer duro: ya tiene conciencia de lo que hace, pero esta todavía en lucha con la influencia de lo que le rodea y los modos de expresión que en torno suyo se emplean: ni la edad, ni la disciplina de discípulo, ni la falta de experiencia, le permiten romper con lo que en su escuela se considera más acertado: entonces su pintura se asemeja a la de Zurbarán y otros que tuvo por compañeros.

Torna la mágica fuerza en el siglo XVII á los Países Bajos y produce esa maravillosa explosión donde los pintores ya no se cuentan por cientos, sino por millares. Nuestra patria se siente arrastrada por Italia y por Flandes al cielo de la belleza, y hace brotar de su seno la famosa escuela española con Zurbarán, Ribera, Velázquez y Murillo. ¿No es verdad que parece un contagio?

En 1607 contaba ya Roelas con no pocos discípulos que se apresuraron á recibir sus lecciones, viéndose siempre muy concurrida su academia, de la cual salieron, andando el tiempo, pintores como Juan de Uceda Castroverde, Varela y el gran Zurbarán.

Francisco Zurbarán Salazar, natural de Fuente de Cantos, en Extremadura, vecino de Sevilla, residente en Madrid desde Junio de 1658, y dijo que le conoce hace cuarenta años, y que conoció a sus padres, que eran gente muy principal; que en la familia de Velázquez había habido familiares de la Inquisición; que a los padres, que conoció, los vio siempre tratarse con mucho lustre y estimación y lo mismo oyó de los abuelos; que no ha tenido tienda ni ejercido el oficio de pintor más que para S. M., y que si hubiera algo en contrario lo supiera por haber muchos años que conoce al pretendiente y a sus padres.

Las cofradías de la ciudad eran las que escoltaban al Cristo milagroso. Las señoritas de Salta iban de dos en dos, siguiendo las banderas y estandartes llevados por unos frailes ascéticos que parecían escapados de un cuadro de Zurbarán. Todas estas jóvenes aprovechaban la fiesta para estrenar sus trajes primaverales, blancos, rosa, de suave azul, ó de color de fresa.

Recuerdo además un Bodegón, de Velázquez; una Santa María Egipciaca, de Rivera; una Cena, de Vinci; una Cabeza de San Francisco y un San Pedro Advíncula, del dicho Rivera; nueve cuadros de la Vida de la Virgen, de Lucas Jordán..... y, en fin, una multitud de lienzos notables, si no de primer orden, de Palomino, Zurbarán, Murillo, Vandik, Rubens, Valentín Díaz, etc.

Sus cuadros lo atestiguan. El de la Adoración de los Reyes es, ni más ni menos, lo que hacían los demás artistas de entonces; Zurbarán por ejemplo: pero el Cristo flagelado, de Londres, aún después del suplicio conserva la belleza del vigor y el Cristo crucificado, de Madrid, en el momento de morir resplandece por la pureza de sus líneas: en ambos casos dio a la figura divina la hermosura por atributo.