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Bonis a su vez delegaba en Mochi la dirección técnica, y en rigor cuanto entraba en sus atribuciones; de suerte que el empresario y director de la Compañía tronada venía a ser en la nueva Compañía lo mismo que antes había sido, sin más diferencia que la de no exponerse a perder un cuarto y estar sólo a las ganancias, si las había, por pocas que hubiera; que a eso estaba él.

¡«Mucha gente tronada»!... Toda la que bulle y anda en el ajo de nuestras aventuras; y si hay alguna excepción entre ella, es por un milagro de Dios. Aquí todo el mundo gasta mucho más de lo que puede. Y ¡ay del que se quede rezagado por cansancio, o por deseo de no ser tan mentecato en esta puja de locas disipaciones! Le arrollan..., o le silban, que es peor. Y es natural, ¡qué diablo!

Esto es poco y angosto todavía; y si has de moverte dentro de ello, tienes que pasar cien veces por un mismo sitio y codearte a cada paso con unas mismas personas. Dime otra cosa...: debe de haber mucha gente tronada de la nuestra, con ese vivir en perpetuo despilfarro, sin apego a ninguna ocupación seria...

Rugía con creciente ira el viento, y la tronada se había situado sobre los Pazos, oyéndose su estruendo lo mismo que si corriese por el tejado un escuadrón de caballos a galope o si un gigante se entretuviese en arrastrar un peñasco y llevarlo a tumbos por encima de las tejas. ¡Con cuánto fervor empezó el capellán a guiar el Trisagio misterioso!

Miquis veía lo que todo el mundo ve: muchos trenes, algunos muy buenos, otros publicando claramente el quiero y no puedo en la flaqueza de los caballos, vejez de los arneses y en esta tristeza especial que se advierte en el semblante de los cocheros de gente tronada; veía las elegantes damas, los perezosos señores, acomodados en las blanduras de la berlina, alegres mancebos guiando faetones, y mucha sonrisa, vistosa confusión de colores y líneas.

Pero esto era insigne torpeza, porque si después de encarecer lo tronada y hambrienta que estaba Fortunata, ¡la veían tan hermosa...! No, de ninguna manera.

Una vez le había dado una bofetada a un chusco que le había cogido por la levita, en el gabinete de física de la Universidad, para hacerle entrar en una corriente eléctrica. Don Víctor había sentido la sacudida, pero acto continuo ¡zas! había santiguado al gracioso. Me basta con una buena tronada para reconocer que hay un más allá y un Juez Supremo.

Es guapa, pero orgullosa decía la baronesa tronada, que tenía a su marido y a su hijo enamorados en vano de la sobrinita. No fue Ana quien apresuró su resolución, como esperaba Frígilis; fueron las tías que descubrieron un novio para la niña. El nuevo pretendiente era el americano deseado y temido, don Frutos Redondo, procedente de Matanzas con cargamento de millones.

El marqués se encogía de hombros. Sea Praxíteles. Las señoras eran las que podían juzgar mejor, porque muchas de ellas habían conseguido ver a Anita como se ven las estatuas. No sabían si era un Fidias o un Praxíteles, pero que era una real moza; un bijou, decía la baronesa tronada que había estado ocho días en la Exposición de París. Su belleza salvó a la huérfana.