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Sabe pulsar la cítara en arpegios bullentes, como del champagne rubios los topacios hirvientes, cuando su pecho embriaga la dicha del vivir. Suspiran sus cantares las campiñas de flores, las brisas de la sierra, los alegres rumores del bosque tropical; la lluvia que desciende en perlas diminutas, los oros del crepúsculo, las sombras de las grutas y el épico tumulto del fiero vendaval.

El que se propone estudiar en Paris tiene mas medios que en parte alguna del mundo, y por teatros de observacion provechosa y útil, tiene, ademas de sus bibliotecas, periódicos, teatros y academias, tiene, decimos, el boulevard, libro de mil capítulos de profunda enseñanza, tiene los barrios de los obreros, los de la aristocracia, los del comercio, los de los desgraciados, el curiosísimo de los traperos: las estadísticas, el alta y baja de la bolsa, las oscilaciones de la política europea, el vuelo de los periódicos, el tumultuoso estruendo de sus orquestas y bullentes placeres: la tremenda soledad de la desgracia y la miseria, las grandes fortunas pasando al lado de las heróicas y sufridas desgracias, el volcánico y abrasador placer que bulle agitado por todas partes y que grita sin tregua para que no se oiga la desentonada voz de la desgracia: los contrastes mas tremendos, las ruinas y las miserias, la gloria y el dinero: la calma mas perfecta, siempre pronta á convertirse en furiosa tempestad, el oscuro porvenir y el incierto presente: la creencia y la fe al lado del escepticismo y la burla: lo grande mezclado con lo pequeño, todos los contrastes, enfin, todos.

Ella sólo puede asosegaros esos bullentes borbotones del cerebro y salvaros de caer en la pasión del orgullo, en esa peligrosa y aborrecible pasión que nos convierte en un fruto mollar para el Demonio. Dios queriendo, hijo mío, yo seré muy pronto promovido a Obispo de Cartagena o de Orense, como lo asegura don Alonso.

¿Ois como hablan todas las lenguas á vuestro lado? ¿Habeis entrado en los templos de todos los cultos que allí viven? ¿Por qué esa fiebre que agita Paris? ¿ No es verdad que la gloria tiene tambien allí su asiento? ¡Ah! ciudad encantada y deliciosa! yo te aclamo y te conjuro á la vez; me das alegrías bullentes, delicias al espíritu y dolores á la reflexion!