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Tres eran los teatros que á la sazón había abiertos en Sevilla: el Principal, el de la Misericordia y el de la Feria, y en ellos funcionaban en aquel tiempo tres compañías dramáticas, que entusiasmaban con El terremoto de la Martinica, La terrible noche de un proscrito, Marta la romantina, El campanero de San Pablo.

Después, como mi amo, impulsado por su gran curiosidad, le pidiese noticias, ella le dijo: «Lo principal es que todos los marinos de aquí están muy descontentos del almirante francés, que ha probado su ineptitud en el viaje a la Martinica y en el combate de Finisterre.

Las apariencias coinciden maravillosamente; la madre de la empleada de Correos ha nacido, en efecto, en la Martinica y su difunto padre sirvió en África. Mejor. Por muy cortas que fueran nuestras relaciones, conservo de ellas un encantador recuerdo y me alegraría mucho de poder ser útil a la hija. No hay que apresurarse, Héctor, te lo ruego observó la castellana.

La oficialidad de a bordo, distinguida, el joven médico que no creía en la eficacia de la quinina contra la fiebre y que me indicaba preservativos para la malaria del Magdalena, que me hacían preferir el mal al remedio; un distinguido caballero de la Martinica que me daba los datos sobre la situación social de la isla que he consignado anteriormente, su linda y amable mujer, y por fin, un joven suizo de 22 años, que se dirigía a Bogotá, contratado por el gobierno de Colombia para dictar una cátedra de historia general y que, no hablando el español, se sonrojaba de alegría cuando supo que debíamos ser compañeros de viaje.

Sus oficiales hicieron propia la causa y estuvo a punto de estallar un deplorable conflicto... Ese antagonismo entre los hombres de progreso y la raza, que no ha hecho, no hace, ni podrá hacer jamás nada en ese sentido, es la principal causa de la decadencia actual de la Martinica.

Pasamos tres días en la Martinica dándonos el inefable placer de pisar tierra y respirar otra atmósfera que la de a bordo.

Como se ha agitado en las cámaras francesas la idea de imponer el servicio militar obligatorio a las colonias, pues estaban exentas hasta ahora, los blancos de la Martinica temen que los contingentes que allí se levanten, se empleen en la guarnición de la isla, en cuyo caso perderán la última garantía que les quedaba en los soldados europeos.

Mi imaginación los evoca; desfilan como los fantasmas del sueño del pasado y penetran al obscuro y olvidado panteón de las glorias del arte argentino; allí yo les levanto un monumento con los restos del guardarropa de Dagnino, en que había de todo; forma la base el casco de Gonzalo de Córdoba, cubierto por el manto lanar moteado, arminio de Isabel la Católica; Don Juan Tenorio vola sobre el Terremoto de la Martinica, mientras que la Campana de la Almudaina toca a rebato en la horca de los Escalones del Cadalso.

Ese mundo es tu gloria y tu corona, el que con lauros, mil tu sien circunda el que del polo a la abrasada zona con tu nombre sin par la tierra inunda. Cuba, Lucayas, Háiti, Dominica, Boriquén y Jamaica, Trinidad, Guadalupe y Martinica son de tu honor los timbres sacrosantos y el sublime ideal de nuestros cantos.

Porque era de aquel clima ardiente de donde Kernok se había traído a su gentil compañero, que no era otro que Melia, hermosa joven de color. ¡Pobre Melia! por seguir a su amante había abandonado la Martinica y sus bananeros y su casa de celosías verdes.