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Levantose al fin de mala gana. Ya lavado y vestido, vacilaba en salir, y se estuvo un ratito con la mano en el picaporte. Doña Lupe tocó a la puerta, y entonces ya no hubo más remedio que salir. Estaba pálido y daba lástima verle. Abrazó a su hermano, y en el mirar de este, en el tono de sus palabras, conoció al punto que sabía la grande, increíble historia.

Espiando por detrás de los visillos aquella florida juventud, ávida de los goces estéticos, vio pasar a Granate correctamente vestido, balanceando su torso colosal sobre unas piernas que no lo merecían. Le vieron entrar en casa de Estrada-Rosa y hasta oyeron el ruido del picaporte. Nada más. Inmediatamente se abrieron de par en par los balcones del café y se llenaron.

Luego, abandonando el piano, abrió una tras otra todas las puertas de los camarotes que daban al salón. En la del dormitorio del capitán se detuvo, sin querer pasar del umbral, sin soltar el picaporte de bronce que mantenía en su diestra. Ferragut, detrás de ella, la empujaba con suave traición, repitiendo al mismo tiempo sus caricias en la nuca.

Dejó la puerta entreabierta levemente, para evitar el ruido giratorio del picaporte. Una silla mantuvo su hoja apoyada con suavidad en el marco del quicio. Todavía se levantó varias veces, despojándose en cada uno de estos saltos de una parte de sus vestidos. Así aguardaría mejor. Se estiró sobre el lecho, dispuesto á permanecer en vela toda la coche si era preciso.

Una alegre mañana de junio, en que el Padre Ministro comprobaba con satisfacción que el consumo de patatas en el mes pasado había sido mucho menor que el del correspondiente del año anterior, un leve toque en su puerta vino a interrumpir su tarea. ¡Adelante! exclamó. El Hermano Fuente dió vuelta al picaporte y dijo: Padre Ministro; un hombre desea hablarle.

Y diciendo y haciendo, interpuesta siempre entre su madre y el mozo, recelosa de que se empeñasen en un combate tragicómico, fue empujando con suavidad a Antoñuelo hasta la puerta de la calle. Ella misma levantó el picaporte, abrió la puerta y echó de su casa al amigo de toda la vida.

Pero ¿adónde miraba ahora el Niño Jesús?... No se sabía.... ¿Hacia la ventana?... No.... ¿Hacia la puerta?... ; hacia la puerta.... ¿A ver? Carmen volvió la cara y allí estaba todavía la criada, boquiabierta, haciéndose la remolona, con una mano en el picaporte y otra en la cintura, como si esperase algún recado....

¿Todos? Todos. Pero, ¿y mi padre? Toma, el pobre señor arriba. Como usted entró corriendo... no le dije . La señora, don Tirso y la señorita salieron a cosa de las cuatro, diciéndome que tuviera cuidao... y hasta ahora. ¡Figúrese Vd. qué iba a cuidar! Si me hubieran dao el picaporte... quié icir que podría haber subido por si el señor nesecitaba algo.

Al anochecer, sus pasos le llevaron hacia el bar, con un impulso irresistible que se burlaba de todos los consejos de la prudencia. La puerta de cristales se resistió á su mano nerviosa, tal vez porque manejaba el picaporte con demasiada fuerza, y el capitán acabó por abrirla dando una patada en su parte baja, que era de madera.

Pero la muchacha, al entrar, le lanzó en pleno rostro, sofocada de cólera: ¡Canalla! Y desapareció. Un instante después divisó Krilov su silueta a través de los cristales. Con su sonrisa amistosa en los labios, asió el picaporte y trató de abrir; pero al ver al portero junto a la escalera, retrocedió con lentitud. A algunos pasos de distancia, se detuvo y se encogió de hombros.