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Yo dónde darle a un cristiano pa que caiga reondo, pa que dure algo entoavía, y pa que pase rabiando unas cuantas semanas acordándose der Plumitas, que no quié meterse con nadie, pero que sabe sacudirse a los que se meten con él. Doña Sol sintió otra vez la curiosidad de conocer el número de sus crímenes. ¿Y muertos?... ¿Cuántas personas ha matado usted?

Gallardo, vuelto de espaldas a estas protestas, saludaba con la muleta y la espada a sus entusiastas. Los insultos del populacho, que siempre había sido su amigo, le dolían, haciéndole cerrar los puños. Pero ¿qué quié esa gente? El toro no daba más de . ¡Mardita sea! Esto son cosas de los enemigos.

Plauto y Terencio fueran, si vivieran oy, la burla de los teatros, el escarnio de la plebe, por aver introduzido quien presume saber más , cierto genero de farsa menos culta que gananciosa. Sucesso de veinte y quatro horas, ó quando mucho de tres dias, avia de ser el argumento de cualquier Comedia, en quiē assentara mejor propiedad y virisimilitud.

¡Que no me quiere! gritó el aperador con acento desesperado. ¡Que ya no me hace caso! ¡Que hemos roto y no quié verme!...

El Nacional, interesado por estas idas y venidas, le recibió al pie de la escalera. Ice que nesesita ve al amo masculló atropelladamente el gañán . Paece hombre de malas purgas. Ha icho que quié que baje en seguía, pues tié una rasón que darle. Volvió el banderillero a aporrear la puerta del espada, sin hacer caso de las protestas de éste.

¡A ve! ¡que paren... que ahí está el primé cantaor der mundo, que quié echarle una «saeta» a la Virgen! El primer cantaor del mundo, apoyado en un amigo, con las piernas temblonas y pasando a otro su vaso, avanzaba hasta la imagen, y luego de toser, soltaba el torrente de su voz ronca, en la que los gorgoritos borraban toda claridad a las palabras.

Su compañero el picador deseaba hablarle antes de que lo trasladasen al hospital. Adió, señá Carmen. Voy a ve qué quié ese probesito. Una caía con fratura, según disen. Ese no pica en toa la temporá. Carmen se refugió bajo las arcadas, queriendo cerrar sus ojos para no ver el espectáculo repugnante del patio, pero al mismo tiempo sentíase atraída por el rojo mareador de la sangre.

Su hermano, ¿está Vd.? es cura y ha venío hace cosa de dos meses; y como es cura y muy carca, les está golviendo tarumba, y trae la casa patas arriba; quié que vayan a misa, que recen más que un ciego; en fin, que no le puén aguantar... ni yo tampoco. ¿Por qué? Hasta conmigo se ha metío el muy lioso.

¡Mardita sea! Pero lo que yo digo: ¡si esto es pior que la Inquisisión! ¡Si esta pobre mujer quié ver a su marío! Don Carmelo intentó disuadir a la familia. Al día siguiente verían al enfermo... si es que estaba mejor. Por el momento era imposible. Les infundió tranquilidad y confianza, acostumbrado como estaba al trato de la muchedumbre emigrante.

El banderillero quedó mudo por la sorpresa. En el cuarto del espada sonaron unos cuantos juramentos acompañados de roce de ropas y el golpe de un cuerpo que rudamente se echaba fuera del lecho. En el que ocupaba doña Sol notose también cierto movimiento que parecía responder a la estupenda noticia. Pero ¡mardita sea! ¿Qué me quié ese hombre? ¿Por qué se mete en La Rinconá? ¡Y justamente ahora!...