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Entonces como un torrente largo tiempo contenido que rompe en fin sus diques, continuó con un arrebato extraordinario: Es verdad, sin embargo y deponía su mano sobre su palpitante pecho. Dios había puesto en este corazón todos los tesoros de que me burlo, de que blasfemo á cada hora del día.

11 conforme al Evangelio de la gloria del Dios bienaventurado, el cual a me ha sido encargado. 12 Y doy gracias al que me fortificó, a Cristo Jesús, señor nuestro, de que me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio; 13 habiendo sido antes blasfemo y perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia, porque lo hice con ignorancia en incredulidad.

Dios me lo perdone... es horrible lo que voy a decir, pero lo siento aquí en el centro del pecho, me arde aquí, en la frente calenturienta; yo por él daría hasta la salvación de mi alma. ¡Jesús, María y José! interrumpió Antoñona. ¡Es cierto; Virgen santa de los Dolores, perdonadme, perdonadme... estoy loca... no lo que digo y blasfemo!

Cuando le parecía al buen tendero que iba demasiado lejos en sus negaciones, para ocultar el miedo, se ponía de pie, copa en mano, y decía solemnemente: En último caso, si me equivoco, si blasfemo... toda la responsabilidad caiga sobre ese pillo... sobre ese rapavelas... ¡sobre ese maldito don Fermín!...

Y la carta no parecía, y su terror crecía. Por la primera vez de su vida blasfemó. Por la primera vez de su vida se creyó el más desgraciado de los hombres. Y por la primera vez se olvidó de su cocina. Esto era lo más grave que podía acontecer á un hombre como el cocinero mayor. Volvió de nuevo á su inútil pesquisa.

¡Ave María purísima! compadeced al blasfemo dijeron los contrabandistas persignándose y estremeciéndose de horror. Muchos fervientes católicos hasta se buscaron sus cuchillos. El gitano, que no concebía la causa de este retraso, reiteró la señal con el cigarrillo encendido.

Juró y blasfemó el criado y fuese, prometiendo poner el remedio de aquel atrevimiento en manos de quien más conviniese. ¿Es posible que se viva de esta manera? Pero qué mucho, si el artesano ha de parecer artista, el artista empleado, el empleado título, el título grande, y el grande príncipe? ¿Cómo se puede vivir haciendo menos papel que el vecino? ¡Bien haya el lujo, bien haya la vanidad!

Parece que en la prisión, como su espíritu era inquieto y turbulento, traía siempre revueltos á los demás presos, gente de la hería, nada pacífica ni sosegada, y esto dió motivo á que, denunciado por blasfemo horrendo, saliese un día por las calles de Sevilla á sufrir los infamantes azotes; y no quedó aquí el castigo, sino que la Inquisición lo reclamó y le hizo á fin de 1699 salir en auto público, encorozado y con una mordaza, enviándolo luego á sufrir seis años de galeras.

No echemos en olvido que somos, en los modernos tiempos, el pueblo de Dios, como lo fue Israel en los antiguos. Nada debe extrañarnos que pueblos semibárbaros como Inglaterra, Alemania, Bohemia, Hungría se contaminen; pero ¿cómo habemos de tolerar nosotros, de quien Dios no aparta su confianza, al siervo idólatra y blasfemo en nuestra propia heredad?

Y se aceptará la traicion de un discípulo, y el inocente Cordero será llevado á los tribunales, y será interrogado, y al responder palabras de verdad, el príncipe de los sacerdotes se sentirá devorado de celo, y rasgará sus vestiduras, y dirá «blasfemó,» y los circunstantes dirán «es reo de muertePrecauciones.