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De pronto un caballero, venido quién sabe de dónde, pasó hacia la derecha de la comitiva sobre lustroso corcel y, haciéndole tomar un impulso inverosímil, saltó del otro lado del cerco. Echó pie a tierra en seguida, y, desviando a uno de los ventores, asió con una mano el cerro de la fiera metiéndole con la otra el puñal por los sobacos.

De pronto, una primera ráfaga nocturna, desviando hacia atrás la densa humareda, dejó ver la cabeza de Aixa colgando del madero cual espantoso fruto de pesadilla. Ante aquella visión Ramiro experimentó en toda su carne un estremecimiento profundo e imprevista congoja le contrajo la garganta al recordar las bellezas y delicias del precioso cuerpo que el fuego acababa de destruir.

Estuvo muchos días sin confesárselo, procurando engañarse a mismo, desviando los ojos para no verla. Llegó un momento, sin embargo, en que ya no fue posible. La infame se había ido enroscando cautelosamente a su alma, se había apoderado insensiblemente de toda ella. ¡Qué estupor! ¡Qué horrible desconsuelo! La Biblia es la palabra de Dios. Lo que Dios sugiere es la infalible verdad.

Pero no quiso confesárselo. Antes persistió en embromarla desviando la conversación hacia los parajes donde le convenía. Pero, en fin, ¿qué me importa que rajes hasta morir y me des tanta jaqueca, si tienes unos ojos, chiquilla, que bailan como las estrellitas sobre el agua, si cuando hablas y te mueves hasta el aire que te envuelve queda empapado de sal?...

Pero hay momentos en que temo que la culpa sea mía. ¿Qué habría hecho otra en mi lugar? La culpa la tiene ciertamente mi ignorancia, mi inexperiencia... »¿No quería o no podía hablar? Sin duda no quería ni podía. Una sola vez le pregunté: ¿Pero cómo? ¿Cómo ha sido?... Todavía lo oigo contestarme, desviando la mirada: «Otro día...» «En su opinión, el matarse no era un mal imperdonable.

Margalida, frunciendo las cejas y desviando la vista para no encontrarse con los ojos del herido, intervino, apartando a Pep. «¡Deje, padre!»; tal vez ella sabría hacerlo mejor... Y Jaime creyó percibir en su carne viva, sensible, vibrante por el cruel rasguño, una impresión de frescura, de dulce calma al hundirse en ella los tapones manejados por los dedos de la muchacha.

Usted ha hecho por su ingenio y con su conversación que yo le trate como a un amigo, y me he tomado la libertad de enseñar a Vd. lo que no debía. ¿Quiere Vd. decir que ha enseñado joyas a un mendigo? No, Pepe; eso me lastima. Paz se dolió de aquella respuesta, y desviando de él la mirada, guardó silencio; mas su actitud y la expresión de su semblante no indicaron enojo, sino amargura.

Don Pedro se acercó entonces, y mudando de tono, preguntó: ¿Qué es eso? ¿Tiene algo Perucho? Púsole la mano en la frente y la sintió húmeda. Levantó la palma: era sangre. Desviando entonces los brazos, apretando los puños, soltó una blasfemia, que hubiera horrorizado más a Julián si no supiese, desde aquella tarde misma, que acaso tenía ante a un padre que acababa de herir a su hijo.

Dió una última mirada a la casa, y marchó más aprisa; atravesó la plaza de la Victoria, y desviando sus ojos de la Bolsa, bajó la barranca que lleva a la estación y entró en los descuidados jardines del paseo de Julio; en un banco apartado descansó un rato, dando vueltas en sus manos al junco, y en su cabeza a la idea de suicidio, que le dominaba.

Aquí intervinieron todos con una protesta afectuosa. Sus desgracias de familia eran enormes, pero no debía atormentarse de tal modo. Con su permiso, príncipe dijo el inglés, desviando la conversación , un día traeré á mi sobrina para que conozca sus jardines. ¡Ama tanto estas cosas! Es la única de la familia que ha heredado el alma de mi padre. Después de esto, Lewis mostró deseos de marcharse.