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Sosegáronse con esto, y en toda la venta se guardaba un grande silencio; solamente no dormían la hija de la ventera y Maritornes, su criada, las cuales, como ya sabían el humor de que pecaba don Quijote, y que estaba fuera de la venta armado y a caballo haciendo la guarda, determinaron las dos de hacelle alguna burla, o, a lo menos, de pasar un poco el tiempo oyéndole sus disparates.

Acabaron de cenar, levantaron los manteles, y, en tanto que la ventera, su hija y Maritornes aderezaban el camaranchón de don Quijote de la Mancha, donde habían determinado que aquella noche las mujeres solas en él se recogiesen, don Fernando rogó al cautivo les contase el discurso de su vida, porque no podría ser sino que fuese peregrino y gustoso, según las muestras que había comenzado a dar, viniendo en compañía de Zoraida.

Confusas estaban la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que así las entendían como si hablara en griego, aunque bien alcanzaron que todas se encaminaban a ofrecimiento y requiebros; y, como no usadas a semejante lenguaje, mirábanle y admirábanse, y parecíales otro hombre de los que se usaban; y, agradeciéndole con venteriles razones sus ofrecimientos, le dejaron; y la asturiana Maritornes curó a Sancho, que no menos lo había menester que su amo.

Todo lo ponía en su punto el cura, como discreto, y a cada uno daba el parabién del bien alcanzado; pero quien más jubilaba y se contentaba era la ventera, por la promesa que Cardenio y el cura le habían hecho de pagalle todos los daños e intereses que por cuenta de don Quijote le hubiesen venido.

Así fué que al desembarcar de la galera en la playa de Boyne besé la tierra, porque hacía ya ocho años que no la veía, como os he besado á vos, bella ventera, porque de Boyne aquí apenas si he visto media docena de buenas mozas, y ninguna tan apetitosa como vos.... Pero ¡por mi espada! que esos bribones se han largado con la carga, exclamó lanzándose hacia la puerta. ¡Hola! ¿estáis ahí? ¡Entrad luego, truhanes!

Sabed que ha sido siempre costumbre del Pájaro Verde que el último en llegar pague una convidada. ¿Os conformáis á ello? Me guardaré yo de contravenir los usos de vuestra casa, señora ventera. Pero no estará de más decir que si mi voluntad es buena mi bolsa no está muy henchida; sin embargo, daré con gusto hasta un ducado por obsequiar á los presentes.

lo has visto, Tristán, y sabes si es rico y mullido. Lo acomodé bien envuelto sobre una mula del vivandero y allá lo tengo en una venta cerca de Dunán, para el día en que me case. ¿Te acuerdas de la ventera, mon petit? preguntó á Roger, guiñándole el ojo. ¡Adelante! vocearon tres ó cuatro arqueros. Eso es, continuó el veterano.

A este punto llegaba entonces don Quijote en su tan lastimero razonamiento, cuando la hija de la ventera le comenzó a cecear y a decirle: -Señor mío, lléguese acá la vuestra merced si es servido.

La ventera, ventero, su hija y Maritornes, que vieron venir a don Quijote y a Sancho, les salieron a recebir con muestras de mucha alegría, y él las recibió con grave continente y aplauso, y díjoles que le aderezasen otro mejor lecho que la vez pasada; a lo cual le respondió la huéspeda que como la pagase mejor que la otra vez, que ella se la daría de príncipes.

Entretanto, la ventera y una buena moza que la ayudaba habían colocado sobre la maciza mesa de encina los apetitosos platos que formaban la cena de Simón, acompañados de algunas enormes rebanadas de plan blanco.