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«Quedamos en una cosa dijo levantándose ; mañana vendrá el Padre Nones para usted, y para este ternerito un ama asturiana que, según dice Estupiñá...». Ama, no... ¿para qué? Si puedo... ¿No ha visto lo satisfecho que está el rey de la casa? ¿No es verdad, rico, que para nada te hacen falta amas? Su mamá, su mamá le da al niño todo lo que quiere.

La asturiana, que, toda recogida y callando, iba con las manos delante buscando a su querido, topó con los brazos de don Quijote, el cual la asió fuertemente de una muñeca y, tirándola hacía , sin que ella osase hablar palabra, la hizo sentar sobre la cama. Tentóle luego la camisa, y, aunque ella era de harpillera, a él le pareció ser de finísimo y delgado cendal.

Confusas estaban la ventera y su hija y la buena de Maritornes oyendo las razones del andante caballero, que así las entendían como si hablara en griego, aunque bien alcanzaron que todas se encaminaban a ofrecimiento y requiebros; y, como no usadas a semejante lenguaje, mirábanle y admirábanse, y parecíales otro hombre de los que se usaban; y, agradeciéndole con venteriles razones sus ofrecimientos, le dejaron; y la asturiana Maritornes curó a Sancho, que no menos lo había menester que su amo.

En esta maldita cama se acostó don Quijote, y luego la ventera y su hija le emplastaron de arriba abajo, alumbrándoles Maritornes, que así se llamaba la asturiana; y, como al bizmalle viese la ventera tan acardenalado a partes a don Quijote, dijo que aquello más parecían golpes que caída. -No fueron golpes -dijo Sancho-, sino que la peña tenía muchos picos y tropezones.

Más que ciudad, es para él Vetusta una casa con calles, y el vecindario de la capital asturiana una grande y pintoresca familia de clases diferentes, de varios tipos sociales compuesta. ¡Si conocerá bien el pueblo!

Pensando, pues, en estos disparates, se llegó el tiempo y la hora -que para él fue menguada- de la venida de la asturiana, la cual, en camisa y descalza, cogidos los cabellos en una albanega de fustán, con tácitos y atentados pasos, entró en el aposento donde los tres alojaban en busca del arriero.

En la monarquía asturiana, el Conde en la capital de su gobierno ó señorío tenia corte como los reyes, ponia jueces y magistrados en las ciudades y villas subalternas, y en tiempo de guerra iba al frente de su ejército como general.

Gothorum. No existen los comprobantes de la introduccion del gusto bizantino en la monarquía de Asturias y Leon antes de la época en que se fundó el Califato de Córdoba; es sin embargo posible que el trato y comunicacion de nuestros monarcas con los franceses de las dos dinastías Merovingia y Carlovingia favoreciese algun tanto la inoculacion de ciertos rasgos de la ornamentacion neogriega en la severa arquitectura asturiana.

El bueno del arriero, a quien tenían despierto sus malos deseos, desde el punto que entró su coima por la puerta, la sintió; estuvo atentamente escuchando todo lo que don Quijote decía, y, celoso de que la asturiana le hubiese faltado la palabra por otro, se fue llegando más al lecho de don Quijote, y estúvose quedo hasta ver en qué paraban aquellas razones, que él no podía entender.

Que no deje usted de mandar recado hoy a ese señor de Quevedo, para que la vea y nos diga si traemos el ama o no traemos el ama». «Bien está, bien». «Yo estaré a la mira; ya las tengo apalabradas, y las reconoceremos en mi casa. Buenas mujeres, y no tienen pretensiones de cobrar un sentido. Como leche, señá Segunda, como leche, creo que la asturiana nos ha de dar mejor resultado que ninguna.