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Observara usted que Inesita me llama en su carta «hermana». Sería por mi parte una deslealtad ocultar, a usted el significado de este sustantivo. Inesita está enamorada de mi cuñado Raúl y creo que ambos se han comprometido, sin más autorización que la de sus propios corazones. La familia de Inesita no lo sabe aún.

Su hermano hizo un gesto de mal humor y, recostándose en su butaca, se abandonó al penetrante encanto de los recuerdos de la juventud, más dulces cuanto más se aleja uno de ellos, mientras la de Candore, entregada a sus averiguaciones, hacía sufrir al cura y al notario un verdadero interrogatorio del que Raúl no perdía palabra sin dejar de hacer rabiar a su hermana.

Por fin, haciendo un esfuerzo para disimular su violenta contrariedad bajo el barniz mundano, dijo Raúl con sonrisa forzada: Es una gran noticia, que acaso sea buena... No me atrevo a declararlo, pues va a crearnos serias complicaciones. ¡En fin! no importa; ese pequeño personaje no dejará por eso de ser bienvenido... ¡Oh! Raúl...

Dios mío, no, ni sombra de una... Pero acaso la tendré más adelante... Por otra parte, busca por tu lado. ¿No eres diplomático? Raúl hizo un gesto de mal humor, pero sabía por experiencia que la condesa no entregaba nunca por entero su pensamiento y que él usaría en vano todas las astucias de su diplomacia.

Raúl le interrumpió con mucha sequedad: Basta, señor Hardoin, de lo que se trata. No creo. Y me va usted a permitir que le diga que su papel en este negocio me parece un poco inoportuno. No es propio de un notario desfacer entuertos y representar a Don Quijote... Y dio un paso hacia la puerta. El notario extendió la mano con autoridad.

Cuando el tren pasó por la linde del parque se agitó un pañuelo en una portezuela, pero Raúl, en pie en su ventana, con un cigarro en la boca, no respondió siquiera a aquel tímido adiós y una vez que el último vagón hubo desaparecido en una nube de humo, lanzó un suspiro de satisfacción y dijo: ¡Al fin!... Un estreno es siempre penoso.

Y la cosa, naturalmente, no podía parecer mal a Raúl, aunque las medidas tomadas contra uno se aplicasen también al otro. Esta hábil política tenía la doble ventaja de respetar el amor propio de Raúl y de evitar toda explicación.

¡Hardoin! bonito oráculo... Fuera de la venta de carneros o del precio de un arrendamiento, no sabe una palabra de nada... Pero... Vamos a ver, amiga mía, ¿tienes más confianza en Hardoin que en ? Juana rodeó con sus brazos el cuello de su marido en un impulso desesperado, y exclamó: No, Raúl, quiero creer, creo en ti... Si no creyera me moriría o me volvería loca.

Allí en el cuarto está Raúl con Bebé, el pobre Raúl, que no tiene el pelo rubio, ni va vestido de duquecito, ni lleva medías de seda colorada.

RAÚL. ¡Es muy mortificante para ... y para ti...! FRAICHEROSE. ¡Bah! ¡Qué bobo eres...! ¡Este hombre será tu amigo íntimo antes de ocho días...! FRAICHEROSE. ¿Bajo qué muestra...? RAÚL. «¡A los cornudos complacientes...! ¡Se admiten huéspedes a pie y a caballo...!» No, amor mío; esta noche, no. ¡Viene Blucher...!