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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Iba Raúl a meterse en el barco cuando ella apoyó la mano en su hombro y le dijo gravemente y con una firmeza que cuadraba mal con su fino y vaporoso perfil de rubia: Quiero creerte y te creo; pero te lo suplico, no abuses de mi credulidad y de mi paciencia, pues ahora tengo un hijo a quien defender, y le defenderé. ¿Amenazas? No, una advertencia.
Con el cigarro en la boca y las riendas sueltas en el cuello del caballo, Raúl se dirigía lentamente a Candore pensando en la fina silueta del joven capitán que había visto en la ventana y que había causado tan linda sonrisa en los labios de miss Darling... ¿Quién podía ser aquel muchacho?
Pero mientras daba vueltas en sus ocupaciones, no pudo menos de pensar más de una vez en aquel desconocido que era el primero que había saludado su despertar en su nueva existencia. La familia de Candore, cuyos antepasados habían tenido derecho de alta y baja justicia en el territorio de ese nombre, se componía de tres personas: la condesa y sus dos hijos, Blanca y Raúl.
¡Valor, Liette! No había dicho aquello la tierna voz paternal, pero sí otra voz también muy tierna. Raúl estaba a su lado. ¿Había sorprendido aquella escena conmovedora que alteró el corazón de la pobre niña como una repentina revelación? ¿Adivinaba lo que hacía correr sus lágrimas? ¿Leía en sus ojos húmedos el secreto de su emoción?
RAÚL. ¿Y la reacción...? Sí...! ¡Ten cuidado...! ¡Nos espían...! FRAICHEROSE. ¿Qué dices...? Supongo que no te avergonzarás de mí... Pero ¿qué estás hablando ahí...? Soy prudente por ti, a causa de Blucher...
En aquel marco tan bien hecho para ella, Raúl, sensible como todos los refinados a las delicadezas exteriores más que a las del alma, encontraba un nuevo encanto a la modesta empleada de Correos, cuyas vulgares funciones olvidaba entonces por completo. Los días siguientes pasaron como un sueño.
Este no paraba mientes en tan deferente amabilidad y no tenía ojos sino para fijarse en los galanteos cada día más asiduos de Raúl de Mengis, y en sus progresos, visibles por momentos.
¡Hum!... En fin, habrá perdido el tiempo, y por mucho que digan, mal de muchos... Raúl había eludido hábilmente la cuestión, y la pobre niña, engañada con aquellos fingidos celos, no pensó más que en justificarse, olvidando sus propias ofensas y sus secretas aprensiones.
¡Estás loca, Blanca! dijo la condesa ligeramente contrariada por esa salida intempestiva. No, mamá, te aseguro que he conocido muy bien de lejos a mi antigua institutriz conduciendo un cochecito de niño. Esta vez Raúl palideció a pesar suyo. ¡Pobre muchacha! dijo Neris con interés. ¿Estará reducida al papel de niñera?
Perdóneme usted, señor conde, pero no creo tener que aprender los deberes que ya ejercía con honor cuando usted estaba en la cuna. Sí dijo el conde un poco dulcificado; sé que es usted un antiguo amigo; pero hay cuestiones que no son de su competencia. Si se tratase de un acta notarial, en hora buena. No se trata de otra cosa declaró Hardoin sencillamente. Raúl se detuvo desconcertado.
Palabra del Dia
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