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Actualizado: 10 de mayo de 2025
¿Conmigo? exclamó el diplomático estupefacto y en tono de protesta. ¿A título de qué? A título de padre respondió fríamente el notario. Raúl paseó sus ojos extraviados del semblante impasible del uno a la bella y triste cara de la otra. Esto es una locura, dijo. El digno notario desdobló un papel amarillento con el sello de Inglaterra.
En las cuatro veladas que siguieron a la ya consignada, el que obtuvo mejor acogida fue, sin duda, Amaury, a pesar de la inteligencia y habilidad con que Raúl desplegó las galas de su ingenio para hacerse agradable.
Al día siguiente estaba allí la hamaca de Blanca colgada a la sombra de un quitasol, y Raúl se ofrecía alegremente a embadurnarse la cara de negro como el Nelusco de la Africana, para completar el programa. La verdad, no se atreve ya una a expresar el menor deseo suspiraba la buena señora encantada columpiándose con un gozo de niña mientras el conde la abanicaba gravemente con un marabú.
Sin embargo, Raúl, no podemos tardar más. Mi dignidad y la tuya no sería lo único que sufriría... Hay que hablar a tu madre, es preciso... Sorprendido por aquella vehemencia que contrastaba con su apariencia débil y delicada, Raúl la interrogó con la mirada. Confusa y ruborizada, Juana se acercó más estrechamente a su marido y pronunció muy bajito unas palabras.
Liette estaba desesperada, cuando una mañana se presentó Raúl en el correo con el sabio médico. Mi amigo el doctor Duplan, que viene a pasar unos días en el castillo, invitado por mí, tendrá mucho gusto en ponerse a la disposición de usted. Espero que nuestra querida obstinada no se negará a recibirle.
Poniendo a mal tiempo buena cara, Raúl aceptó bastante filosóficamente aquel retiro, aunque Candore no le ofrecía gran variedad de diversiones permitidas... o no. La caza, la pesca, la equitación y el whist en familia, a esto se limitaban poco más o menos las primeras; en cuanto a las segundas, cero.
Mi alegría no tiene límites: «¡Inesita de mi vida, angelito, hermana mía, no sabes lo feliz que me haces! Con Jorge, con Jorgito, contigo, con Raúl... ¡todos juntos! ¡qué lástima que la vida no sea eterna! ¡Nuestra dicha no va a caber en el mundo: va a necesitar todos los espacios del cielo!...» Abro el piano y toco una marcha nupcial.
Al llegar a Candore, la primera mirada de Eva fue para buscar al capitán. Raúl lo echó de ver, y sintió un sordo resentimiento, pero se contuvo gracias a ese dominio de sí mismo que da la costumbre del mundo, y siguió mostrando la exquisita cortesía que hacía de él un perfecto caballero cuando quería tomarse ese trabajo.
Muy lindas, muy elegantes todas ellas. Notábase que su principal preocupación era su propio atavío. Poco después llegaron los jóvenes: Pedrito, Carlos, Raúl, Enrique, Evaristo, otros varios. Estos donceles merecen párrafo aparte. Llegaban como recién salidos de la sastrería, planchados, engomados, prensados, rígidos, ¡encorsetados! La raya del pantalón, perfecta, como hecha con tiralíneas.
¡Ea! adiós, querida mía dijo Raúl separándose suavemente. ¿Adiós? No, hasta la vista. ¡Qué purista eres! Dale un beso, Raúl... Por supuesto; más bien dos que uno. El joven rozó con su rubio bigote la frente sonrosada del niño. Ahora a la mamá, dijo. Juana se acercó a él y dijo estremeciéndose. ¿Volverás? Sin duda... ¿No me olvidarás? ¡Qué tontería!
Palabra del Dia
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