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Actualizado: 10 de junio de 2025


Liette dejó ver una sonrisa de aprobación; le gustaba la delicadeza del joven y la elogiaba. Raúl dejó a las dos señoras en la «Brecha de los Ingleses» y les pidió permiso para ir a mudarse de traje mientras ellas oían la música, prometiendo venir a buscarlas a las cinco para ir a acompañarlas a su casa.

Miss Darling, de la que creo que te he hablado en una carta y a quien no esperaba encontrar aquí... ¡Ah! ¿Conoces al personaje que la acompaña? preguntó Carlos a su vez, para ocultar su embarazo. Y Liette respondió sencillamente: Es el conde Raúl de Candore. La familia de Candore no se componía ya más que de Raúl y de su tío...

A todo esto, pasaba el tiempo, Raúl se iba envejeciendo, los éxitos se hacían raros y no era ya el eterno galán joven que mandaba en jefe en el carnaval mundano. Ciertos síntomas insignificantes anunciábanle ya su próxima decadencia.

Con el cigarro en la boca y las riendas sueltas en el cuello del caballo, Raúl volvía a Candore soñando con el perfil que había vislumbrado un instante en la ventana abierta y tan pronto vuelta a cerrar.

Como reinaron los emperadores bizantinos, cuya historia está formada por tres períodos, a saber: triunfo, decadencia y ruina, así Amaury, Raúl y Felipe gozaron sucesivamente durante diez días cada uno la privanza de Antoñita. De tan efímeros reinados vamos a dar algunas noticias incompletas, que seguramente el lector sabrá complementar con discreción y perspicacia.

A la hora convenida apareció el joven guiando una «Charrette» inglesa tirada por un «poney» muy pacífico, según afirmó Raúl. Permítame usted que sea su cochero durante mi corta estancia aquí, querida señora; me comprometo a no volcar. La buena señora estaba radiante.

Julieta no había encontrado todavía a Raúl en el castillo. Por otra parte, por muy galante que le supusiera la de Candore, temía mucho más a los encantos reales de la joven inglesa que a la belleza discutible de su reemplazante. Julieta, en efecto, no era lo que se llama bonita, a pesar de su perfil de camafeo, su tez mate y sus grandes ojos negros.

Porque así hay menos probabilidades de engañarse, pobre amiga mía... Además, según es el hombre se deben juzgar sus actos. ¿No quiere usted al señor de Candore? ¿Raúl? Es un buen muchacho; tiene ingenio... y un poco de corazón, no mucho... ¡Oh! Incapaz de dejarse entusiasmar más de lo que dan de las riendas... Y su madre es un buen cochero. Le calumnia usted. No, amiga mía, le excuso.

Por fin todo desapareció, y, desagradablemente impresionado por esa vista y por las últimas palabras de Juana, Raúl se puso a pasear por el puente lleno de gente y se esforzó en vano por ahuyentar el malestar que le causaba aquella despedida profética. Pero pronto dominaron su ligereza y su escepticismo, y encogiéndose de hombros murmuró: ¡Bah! amenazas de mujer. Raúl olvidaba a la madre...

Al hacer la corte a la madre evitaba el comprometer a la hija y su causa no perdía, al contrario, por ser defendida por un tercero. Con su imprudencia ordinaria, la buena señora no cesaba de hablar de «aquel buen don Raúl», y era imposible a la conciencia más timorata alarmarse lo más mínimo por sus asiduidades.

Palabra del Dia

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