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Pertenece a los Nuezvanas que no salieron nunca de la península, esperando los tesoros de los Nuezvanas indianos y medrando políticamente con los méritos de sus conquistas, exploraciones y hazañas en los desiertos de Indias. Por todas estas circunstancias, misia Melchora, a semejanza del grande, de España, viene a ser «la grande» de Buenos Aires.

Creo que está desesperado, que ya no se pone agua de lino en la cabeza, ni siquiera se peina. ¡A lo que ha venido a parar el rey de los cipreses! ¡Qué destronamiento terrible! Pues aquí me tienes luchando con todos, con Clotilde, con sus hermanas, con misia Melchora... ¡Pobre misia Melchora! Para su orgullo es un golpe terrible. ¡Hijita, los Nuezvanas lo llenan todo en Buenos Aires!

Puede usted... es decir... yo creo que puede ayudarme. Y vamos al asunto. Sabe usted, como yo mejor que yo quizá que Carlitos, mi nieto, se ha enamorado como un loco de Inesita, la niña de Clotilde Rodríguez de Garaizábal. Mi nieto no vive, no duerme, ni descansa, pensando en ella. Está desesperado, aunque ello sea impropio de la compostura y serenidad propias de los Nuezvanas.

Hubo también, así en los tiempos antiguos como en los modernos, otros Nuezvanas, Ponces y Ebros insignificantes y oscuros; pero misia Melchora sólo considera como suyos a los que figuran en la historia.

Si ha existido espíritu en los Nuezvanas, la historia lo dice. ... pero Inesita no se va a casar con la historia, con un Nuezvana pasado, sino con uno viviente, que acaso no llegue a entrar en la inmortalidad, como sus antepasados.

Después, en la edad moderna, los Nuezvanas, Ponces y Ebros descendientes, naturalmente, de los anteriores alcanzaron tanto o mayor esplendor que sus tataradeudos. Un Ponce fue coronel de la independencia y brilló por su bizarría en Ayacucho.

El virrey, los conquistadores, el obispo de Chuquisaca, el oidor de Charcas, los patricios de la Independencia, el grande de España, todos los Nuezvanas, Ponces y Ebros que honran con sus virtudes las páginas de la historia, cobrarían vida en sus cuadros para mirarme airadamente y decirme: «¡Sal de aquí, falsaria, mentirosa, hipócrita, codiciosa!». Y tendrían razón.

Un Nuezvana, licenciado en derecho canónico, orador ampuloso y ergotista, figura entre los que proclamaban la necesidad de una restauración monárquica como régimen argentino. Los Nuezvanas siempre fueron algo fastuosos. Un Ebro, militar aguerrido, tuvo gran importancia en las guerras gauchas, combatiendo al Chacho y a Facundo Quiroga.