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La muchacha rompió a llorar: «¡Si viviera mi viejo!...» ¡Aquí estoy yo para sustituir a tu viejo! No llores, criatura. No parece sino que se hubiera desplomado el cielo. Con decirle que no, estamos del otro lado. , , eso es fácil decirlo. Pero... ¡viera usted cómo están todos en casa! Las tías de Carlitos han rodeado a mamá. No les cabe en la cabeza que su sobrino pueda ser calabaceado.

Después de verle, al irse, me ha palmeado a ya sabe usted que Güemes es lo más cariñoso y me ha dicho, riéndose, que el diagnsótico lo haría, mejor que él, alguna muchacha, y que la más eficaz medicina para Carlitos está en el sacramento con música de marcha nupcial. El doctor Güemes no sólo es un gran clínico, sino también un gran psicólogo. Está en todo, hijita. ¡Qué hombre!

Así, pues, mi respetable y querida misia Melchora, esa criatura, esa Inesita, tan rebelde a que nadie guíe su corazón, ha venido a este mundo para constituir el tormento de usted y el mío, sin contar el de Carlitos.

Carlitos era el hijo más guapo que tenían los Sres. de Rivera, y el más aplicado también. Cara redonda y sonrosada, facciones correctas, ojos negros y expresivos y poblados de largas pestañas.

Y mi felicidad la ve en el apellido de Carlitos, en las estancias de Carlitos, en las casas de Carlitos, en las herencias que le van a caer a Carlitos de su abuela, de sus tías, de sus tíos, de no quién más... campos aquí y allá, media avenida Alvear, otro tanto en Callao y Florida, cien mil vacas, un millón de ovejas... ¡qué yo!

Pero mi conflicto ahora no es con Carlitos, sino con mi propia familia. Mamá lo ha sabido. Y ya la conoce usted... Claro: ella quiere mi felicidad.

Carlitos había terminado la carrera de ingeniero de caminos y se disponía a emprender la de ciencias. Fue constantemente el número uno de su clase, y había escrito ya algunos artículos sobre mineralogía en una revista científica. Continuaba siendo el sabio de la familia, con beneplácito de todos.

Nadie se atrevió, sin embargo, a hablarle de ellos. Cuando concluyeron de almorzar se procedió a hacer el café sobre la misma mesa, tarea en que de antiguo se placía la familia de Rivera, y a la cual concedía extremada importancia. En esta ocasión, la importancia era mucho más grande porque se trataba de ensayar una nueva maquinilla que Carlitos había encargado a París.

A ver, mamá, déjame ver... dijo Carlitos con mucho afán. Su mamá le puso el estereoscopio delante. Son cocodrilos manifestó enseguida el niño con suficiencia. Pertenecen a la clase de los reptiles, orden de los saurios, familia de los crocodílidos. ¡Mucho, mucho, chico! manifestó el coronel con la misma sorna. Todos los animales se dividen en cinco tipos... ¿Nada mas?

Pero como Carlitos manifestaba vocación tan decidida para Gran Arquitecto del Universo y su papá no quería de modo alguno contrariársela, al día siguiente ya tenía otra esfera en que proseguir sus experiencias astronómicas.