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La generala estaba un poco despechada de la obstinación de Miguel: quería advertir en ella cierta indiferencia disfrazada con el velo del temor. La conversación la había animado también. Hace ya demasiado fresco y voy a retirarme dijo en tono más grave; y después de una pausa, añadió con afectada desenvoltura: ¿Conque te resignas a ser mi adorador en secreto? .

Son unos animales soberbios y el cochero debe ser muy hábil. No como no nos rompimos el pescuezo en esta carrera salvaje. ¡Ah! comienzo a tranquilizarme, pero necesito descansar, y os ruego que me permitáis retirarme. La condesa abrió la puerta de un armario y sacó una botella y una copa. Mi pobre Mathys le dijo tomándole la mano , vuestro susto debe haber sido grande.

?Es esta toda tu respuesta? ?no tienes otra mas dulce? iPiensa bien en ello antes de negarte a lo que te propongo! He dicho no. Puedo pues retirarme; habla. Retirate. MANFREDO solo. Somos la victima del tiempo y de nuestros terrores; cada dia se nos presentan nuevas penas; vivimos sin embargo maldiciendo la vida y temiendo la muerte. Mi ciencia me ofrece todavia algun recurso.

Tenía mucha prisa en salir de aquel salón en que me ahogaba; pero no pude retirarme ante la actitud provocativa que afectaba el señor de Bevallan. A fe mía murmuró, que es cosa bastante particular. Fingí no oirlo. La señorita Margarita le dijo dos palabras bruscas en voz baja.

Yo, entonces, cortado y pesaroso de mi indiscreción, intenté retirarme, balbuceando algunas frases de disculpa. Pero él me detuvo por un brazo, diciendo en voz alta: ¿Quién es usted? ¿Qué desea? Soy el caballero de la Roche-Bernard contesté; y vengo de Bretaña... Ya , ya repuso. Y me abrazó, obligándome luego a que me sentara junto a él.

La noche había extendido su negro manto antes que la campana con su gran badajo de madera, la misma que servía para despertar a los monjes a las dos de la mañana, hora en que se levantan a orar, resonase a lo largo del claustro, como recordándome que debía retirarme de aquella silenciosa morada, donde era un extraño.

Yo me aparté del grupo, fingiendo retirarme a dormir; pero con ánimo de satisfacer una imperiosa exigencia de mi alma, que a veces me pedía soledad y meditación. Todos los ruidos habían cesado en el campamento: las guitarras y castañuelas, así como las cajas y las cornetas, estaban mudas, porque el ejército dormía.

Yo también voy a tomar para festejar la venida de ustedes. ¿Vas a tomar coñac, Melchor? le dijo Lorenzo con visible extrañeza. ¡Qué me va a hacer!... ¡una copita a la salud de ustedes... y de Clota!... ¡agua... ché... me he abrasado!... ¡Para qué tomaste! Bueno, don Melchor, yo voy a retirarme; ¿le digo entonces a Hipólito que ate? , que ate, y que me ensillen el zaino.

Yo comprendí que era el momento preciso de retirarme con disimulo, y giré furtivamente sobre mis talones, cuando que don Guillén, con acento entre alarmado y severo, me decía: ¿Qué va usted a hacer? Aguarde un instante; tengo que pedirle un gran favor. Es menester que me ayude a improvisar un acomodo donde mi hermana descanse unas horas.

Cuando por sus negocios pasaba cerca de mi tienda, entraba a saludarme. Tenía un modo suyo de anunciarse: un garrotazo sobre el mostrador. «¿Quién está aquí?» Y al salir yo del escritorio, la misma pregunta: «¿Cómo estás, maño? ¿Cómo tienes a la maña y tus cachorricos?...» La última vez que le vi, fue antes de retirarme yo a París.