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Mas en tiempo de Gregorio XIII le pidieron é instaron les invistiese, y diese todas las iglesias parroquiales de Roma para que allí diese principio su monarquia, y esto que no pudieron conseguir en Roma, han conseguido en Inglaterra, donde últimamente han hecho elegir un arcipreste, jesuita in voto, que en lugar de hacer la proteccion al clero persigue como rabioso lobo todos los sacerdotes que no son dependientes suyos, reduciéndolos á estado de desesperacion, privándoles con graves penas no puedan hablar entre ; con que hoy casi todo el clero inglés es jesuita in voto, ni se recibe ya ninguno en los colegios que no haya dado palabra de ser jesuita: así, cuando aquel reino volviese á la antigua verdadera fe, daria Inglaterra principio á una monarquía jesuítica, porque todas las rentas eclesiásticas, todas las abadias y otras dignidades serán dadas á jesuitas.

Tantas disposiciones mostraba, tanto le instaron los amigos y su misma esposa, que tenía sobrados motivos para odiar los negocios, que al fin consintió el viejo Reynoso en enviar a su hijo a Madrid para estudiar en el Conservatorio. Residía en casa de unos amigos y venía al Sotillo los sábados por la tarde para marchar el lunes por la mañana.

Pepita, después de rasguear primorosamente la guitarra tres o cuatro veces, se la pasó a Gloria, diciendo: Hija mía, basta de pichoneo... A ver si nos cantas alguna copliya salaíta de esas que sabes. Quiso resistirse, pero todos la instaron, afirmando que estábamos lejos ya del muelle, que nadie, más que nosotros, la oiría, y se vio precisada a ceder.

En la expedicion del año de 1746 para examinar la costa &a. entre el Rio de la Plata y el estrecho de Magallanes, no se examinó la boca de este rio, porque aunque instaron al capitan de navio á que diese las disposiciones necesarias para ello, no hizo caso, ni tomó razon alguna cuando se acercó á su latitud, diciendo en defensa de su conducta: "Que sus órdenes solo se extendian á ver si habia algun puerto capaz de una colonia, cerca ó no muy lejos de la boca del estrecho de Magallanes, donde pudiesen abastecer sus navios en su pasage al mar del sur.

No habéis oído vosotros hablar de Pernando de Amezqueta? No. ¡Ah! Pues era el hombre más gracioso de toda esta provincia. ¡Las cosas que contaba aquel hombre! Martín y Bautista le instaron para que contara alguna historia de Fernando de Amezqueta, pero el campesino se resistía, porque aseguraba que oirle a él contar estas chuscadas no daba más que una pálida idea de las salidas de Fernando.

Una muchacha que estaba en la cocina, al oir la anécdota, se echó a reir con una risa aguda y comunicó su risa a todos. Rieron también de buena gana Martín y Bautista la manera de señalar del truhán, pero el campesino aseguró que él no tenía arte para estos cuentos. Le instaron para que siguiera y el hombre contó una nueva ocurrencia de Pernando.

Por parte de las iglesias catedrales del reino se recurrió á la sagrada congregacion de inmunidad: en vista de su declaracion, el rey y los ministros instaron á los cabildos para que sostuviesen su prerogativa de dar ellos el consentimiento. Nada se decidió sin embargo. A 2 de julio prohibió Felipe V todo comercio con la corte de Roma por causa del referido altercado.

Enrique Peyne fué en el bote á tierra, y queriendo tomarla, vió 30 hombres armados con escopetas y espadas, que querian prenderle: y conociéndolo sus marineros, le instaron á que no saliese á tierra. Procuró volverse á toda prisa, aunque menos de la que él quisiera, porque le seguian en navichuelos los de tierra, amenazándole. Al fin se libró de ellos en otra nave mas cercana á tierra.

Dimmesdale, así como las damas casadas y las jóvenes y bellas señoritas, sus feligreses, le instaron para que se aprovechara de la habilidad del médico, que tan generosamente se había ofrecido á servirle. El Sr. Dimmesdale, rehusó con dulzura sus instancias. No necesito medicina, dijo.

Como observasen que sus ojos se humedecían, y que, mirando al suelo, y apoyado con ambas manos en el bastón, cargaba sobre éste todo el peso del cuerpo, meciéndose, le instaron para que se desahogara; pero él no debió creerlas dignas de ser confidentes de su inmensa, desgarradora pena. Tomando el dinero, dijo con voz cavernosa: «Si no lo tuvieras, Casiana, lo mismo sería.