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Se humedecían sus ojos con un fervor de idólatra al leer los discursos del Presidente; agotaba todo su léxico de palabras laudatorias para expresar su admiración por este personaje que hacía desnudar la espada á un gran pueblo, desinteresadamente, en defensa de la justicia y la libertad, y profetizaba al mismo tiempo un porvenir de paz para los humanos, sin naciones rapaces que amenazasen la vida de los humildes y los débiles.

Estas palabras, lejos de tranquilizar a la señora Princetot, parecieron aumentar todavía su espanto; había de nuevo juntado sus manos y se las retorcía nerviosamente. Al mismo tiempo, vio Delaberge que las lágrimas humedecían los ojos de la hostelera. ¿Qué tiene usted? continuó. Diríase que mis palabras le causan pena... Sentiría con toda el alma que involuntariamente...

Hasta mediados de abril aumentó la cosecha de fresilla; a principios de mayo comenzaba a disminuir, y escasearon los fresones de pulpa azucarosa, que tan suavemente humedecían la lengua. Don Enrique exclamaba Ana dirigiéndose a Borrén , ¿cuántas ha cogido usted ya? ¿Una y media? A ese paso, dentro de quince días las probaremos. No sirve usted... ni para coger fresas. ¿Cómo que no?

Cuando en vez de discursos cuadraba leer artículos de fondo, de estos kilométricos y soporíferos, que hablan de justicia social, redención de las clases obreras, instrucción difundida, generalizada y gratis, fraternidad universal, todo en estilo de homilía y con oraciones largas y enmarañadas como fideos cocidos, alterábase la voz de Amparo y se humedecían los ojos de sus oyentes.

Don Alonso, bajo su varonil empaque, disimulaba un corazón capaz de profundos enternecimientos que le humedecían de súbito los ojos, como a una mujer. Había mirado siempre a Ramiro con indiferencia; pero, al verle ahora sumido en aquella melancolía, sintió una extraña compasión que él mismo no hubiera podido explicar. Desde entonces comenzó a agasajarle.

Entonces, sin detenerse más, se arrojó en sus brazos y enjugó con besos las lágrimas que humedecían su rostro. ¿Qué es esto? ¿Por qué lloras así? dijo doña Manolita. Y sin contestar a la pregunta, preguntó a su vez doña Luz. ¿Cómo te has entrado hasta aquí? ¿Qué te trae a verme tan de mañana? ¿Por qué me has sorprendido?

Como observasen que sus ojos se humedecían, y que, mirando al suelo, y apoyado con ambas manos en el bastón, cargaba sobre éste todo el peso del cuerpo, meciéndose, le instaron para que se desahogara; pero él no debió creerlas dignas de ser confidentes de su inmensa, desgarradora pena. Tomando el dinero, dijo con voz cavernosa: «Si no lo tuvieras, Casiana, lo mismo sería.

¡Pobre joven! murmuró el P. Fernandez, sintiendo que sus ojos se humedecían; ¡te envidio á los jesuitas que te han educado! El P. Fernandez se equivocaba de medio en medio; los jesuitas renegaban de Isagani y cuando á la tarde supieron que había sido preso, dijeron que les comprometía. ¡Ese joven se pierde y nos va á hacer daño! ¡Que se sepa que de aquí no ha aprendido esas ideas!

Devorando la lectura, al terminar ese primer capítulo, el maestro de francés se sentía pálido y desfalleciente; sus ojos se humedecían, gruesas gotas de frío sudor le chorreaban por las sienes... La historia del regimiento y del coronel era falsa, falsísima; pero entre él y su mujer hubo de por medio cierto abogadillo de París... Y su mujer, la hembra más histérica y perversa, llegó a vengarse de sus justas imprecaciones de marido burlado, insinuándole mefistofélicamente una duda sobre la legitimidad de Silvia... ¡Como tantas otras veces, la realidad era pues más cruel e inverosímil que la novela!

El ingeniero, sus acólitos y todos los hombres de fuerza sintieron que sus ojos se humedecían. Luego, llevándose las manos á la garganta, empezaron á estornudar.