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Varios manantiales subterráneos humedecían el suelo esponjoso y las aguas, no encontrando la necesaria pendiente, se estancaban formando anchos pantanos en que crecían toda clase de plantas muy hermosas, pero impropias para el pastoreo.

¡Si al menos se cometiese otro crímen mañana ó pasado! decía. Y ante el pensamiento de aquel hijo muerto antes de impreso, capullos helados, y sintiendo que sus ojos se humedecían, se vistió para ver al director.

Y se le humedecían los ojos, cerrando los puños con desesperación. No se ponga usted así, Gallardo. Lo que yo hice fue un gran bien para usted... ¿No me conoce aún bastante? ¿No se cansó de aquella temporada?... Si yo fuese hombre, huiría de mujeres de mi carácter. El infeliz que se enamore de es como si se suicidase. Pero ¿por qué se fue usté? insistió Gallardo.

Había momentos en que se humedecían sus párpados; pero el más leve rumor daba fuerzas al miedo de ser sorprendida, y ahogaba la inoportuna lágrima, trocando en dulce sonrisa el salado llanto.

Y la lengua se le pegaba al paladar y los ojos se le humedecían al recuerdo de aquel régimen nutritivo digno de eterna veneración. Las dulces memorias de la Bética vivían siempre en su corazón y sólo morirían cuando éste cesase de latir.

Su hermana no decía nada; unas veces sonreía al oír el nombre de don Jaime, otras se le humedecían los ojos, y casi siempre daba fin a la conversación aconsejando al Capellanet que no se mezclase en este asunto y diese gusto al padre yendo a estudiar en el Seminario. Esto se arreglará, señor continuó el muchacho, poseído de la nueva importancia de su persona . Se arreglará; se lo digo yo.