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Comprendía su sufrimiento y su espanto al ver a su padre inanimado, y mi piedad por aquel débil corazón de niña, estaba impregnada de ternura. ¿Por qué el aspecto de la muerte predispone el corazón a esos enternecimientos? ¿Será que buscamos por instinto un refugio contra el aniquilamiento final? ¿Será que las fibras más profundas del ser se conmueven a la vez y vibran al unísono al contacto de la formidable enemiga?

«Seamos fuertes se decía entonces, si no te costase esto un sacrificio, ¿dónde estaría el mérito del acto que vas a cumplirArrojaba de con energía esas añoranzas y luchaba valientemente con esos enternecimientos retrospectivos.

Sin embargo, las de Anguita se arreglaron para ser incluidas en esta docena. Mi Gloria estaba hermosa, radiante de gracia y de dicha. Ni por un instante advertí en ella algunas de esas vacilaciones o enternecimientos extemporáneos con que las niñas suelen demostrar su sensibilidad en tales casos. En sus ojos, serenos y brillantes, no se leía más que la alegría y el triunfo del amor.

Francamente, aquellos enternecimientos periódicos le parecían excesivos y molestos a la larga. «¿Qué diablos tenía su mujer?». Pero, hija, ¿qué te pasa? estás mala.... No, Víctor, no; déjame, déjame por Dios ser así. ¿No sabes que soy nerviosa? Necesito esto, necesito quererte mucho y acariciarte... y que me quieras también así.

¡Ea! dijo ella dejándose caer en el césped . Basta de paisajes y de enternecimientos. Yo soy la ciega más dichosa que existe a la hora presente en Madrid, y el cojito más guapo, más simpático, más bueno y más feliz... ¿Verdad que ...? ¡Di que ! Cirilo se sentó con algún trabajo a su lado.

En los insomnios, en las exaltaciones nerviosas, que tocaban en el delirio, las visiones místicas, las intuiciones poderosas de la fe, los enternecimientos repentinos le habían servido de consuelo unas veces y de tormento otras.

Don Alonso, bajo su varonil empaque, disimulaba un corazón capaz de profundos enternecimientos que le humedecían de súbito los ojos, como a una mujer. Había mirado siempre a Ramiro con indiferencia; pero, al verle ahora sumido en aquella melancolía, sintió una extraña compasión que él mismo no hubiera podido explicar. Desde entonces comenzó a agasajarle.

Y en otra parte: «Creo en el poder del amor sexual, del instinto creador. La amistad, la cordialidad... son sentimientos inseguros, impulsos efímeros, como esos enternecimientos que experimentamos hallándonos de sobremesa, durante una digestión agradable...» extraordinario no ha existido jamás. Schélling tiene razón: «Todo es uno y lo mismo»...

Tenía miedo de estos enternecimientos que no servían para nada». La luna la miraba a ella con un ojo solo, metido el otro en el abismo; los eucaliptus de Frígilis inclinando leve y majestuosamente su copa, se acercaban unos a otros, cuchicheando, como diciéndose discretamente lo que pensaban de aquella loca, de aquella mujer sin madre, sin hijos, sin amor, que había jurado fidelidad eterna a un hombre que prefería un buen macho de perdiz a todas las caricias conyugales.