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Pegando después con clavos la tabla que servía de tapa, y subiéndose al montículo de tierra que se alzaba junto a la huesa, descubriose y se enjugó lentamente la cara con el pañuelo. Todo el mundo comprendió que eran éstos los preliminares de un discurso, y se esparció sobre los troncos de árbol y las rocas en situación expectante.

Acaso el recuerdo de un amor malogrado le oprimía el corazón. Observé que por sus mejillas exangües y marchitas rodaban gruesas lágrimas, dos lágrimas seniles, de esas que no se pueden contener. La enferma buscó un pañuelo que tenía en el regazo, y levantándolo difícilmente, con la única mano que tenía expedita, se enjugó los ojos.

»No puedo hablar más decía: si le conociese usted como yo; si supiese todo el bien que hace, el oro que derrama a manos llenas... ¡Es un hombre superior... un hombre tan rico y tan humilde... tan modesto y tan dulce! Es la bondad misma... no causará daño a nadie... exceptuando, tal vez, a una persona. »El anciano enjugó una lágrima que resbalaba por sus mejillas.

Ahogándose como ballena encallada en una playa y a quien el mar deja en seco, entró el arcipreste, morado de despecho y furor. Desplomóse en un sillón de cuero; echó ambas manos a la garganta, arrancó el alzacuello, los botones de camisa y almilla; y trémulo, con los espejuelos torcidos y el fusique oprimido en el crispado puño izquierdo, se enjugó el sudor con un pañuelo de hierbas.

Batiste hasta se estremeció viendo cómo la pobre Pepeta abrazaba á Teresa y su hija, confundiendo sus lágrimas con las de éstas. No; allí no había doblez: era una víctima; por eso sabía comprender la desgracia de ellos, que eran víctimas también. La mujercita se enjugó las lágrimas. Reapareció en ella la hembra animosa y fuerte, acostumbrada á un trabajo brutal para mantener su casa.

No recuerdo un tiempo parecido desde mi venida a estas regiones. Hizo una pequeña pausa, pero como a nadie se le ocurrió impugnar esta observación metereológica, acudió segunda vez al recurso de su pañuelo, y por algunos momentos se enjugó con diligencia la frente. ¿Tiene usted algo que decir en favor del preso? preguntó por fin el juez.

¡Entra, pues, maldito! exclamó su madre, empujándole con tanta violencia que su cabeza fue a dar contra la pared, y la sangre salió. Entonces el idiota se echó a reír a carcajadas, con una risa estúpida y convulsiva, enjugó su herida con sus largos cabellos, y fue a dejarse caer bajo la campana de una vasta chimenea.

La forastera se levantó en silencio y se dejó caer en una silla, alzó el velito del sombrero que le tapaba los ojos y se los enjugó con el pañuelo. El P. Gil, en pie frente a ella, aguardaba a que se explicase. Y como no daba señales de hacerlo, antes se tapaba el rostro cada vez más, aventurose a decir: Señora, desearía saber en qué puedo servirla... Todavía tardó unos instantes en responder.

El ruido de pasos se dejó oír más. De un salto me paré... Roberto vino, se sentó al borde de la cama; con la mano enjugó el sudor que cubría la frente de Marta, e hizo deslizar los cabellos de ésta por entre sus dedos. Yo lo observaba de reojo y a hurtadillas. Apenas osaba respirar.

Cuando desapareció, el artista, cuyo carácter era firme cual la roca, enjugó, sin embargo, una lágrima. Después se levantó, tomó su paleta y púsose a pintar. Al día siguiente experimentó la sorpresa de ver a Calvat entrar en el taller. ¿Cómo te atreves a presentarte en mi casa? le preguntó con amenazadora gravedad.