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Mientras Casiana hablaba en voz baja con Demetria, la Burlada pegó la hebra con Crescencia en el rincón próximo a la puerta del patio. ¡Qué le estará diciendo a la Demetria! A saber... Cosas de ellas. Me ha golido a bonos por el funeral de presencia que tenemos mañana.

«Y por sisona afirmó la Casiana, recalcando con saña el término . Habéis de saber que ha sido una sisona tremenda, y por ese vicio se ve ahora como se ve, teniendo que pedir para una rosca. De todas las casas en que estuvo la echaron por ser tan larga de uñas, y si ella hubiá tenido conduta, no le faltarían casas buenas en que acabar tranquila...

Aquí todas nacen de pie dijo la Burlada a Crescencia , menos nosotras, que hemos caído en el mundo como talegos». Y la Casiana, afilando más su cara caballuna, hasta darle proporciones monstruosas, dijo con acento de compasión lúgubre: «¡Pobre Don Carlos! Está más loco que una cabra».

La Casiana, carácter duro, dominante, de un egoísmo elemental, era la más antigua de las antiguas; la Burlada, levantisca, revoltosilla, picotera y maleante, era la más nueva de las nuevas; y con esto queda dicho que cualquier suceso trivial o palabra baladí eran el fulminante que hacía brotar entre ellas la chispa de la discordia.

Bueno, bueno: ten paciencia le dijo Benina, temerosa de que se descompusiera al final de la jornada . Yo te prometo que mañana hablaremos de eso. ¿Viner Cambroneras? , te lo prometo. no golver pirroquia... Carga gente suberbiosa: Casiana, Eliseo... asco genta. pedir Puenta Tolaido... Espérame mañana... y prométeme tener juicio. Yorando, yorando .

Tipo contrario al de la Burlada era el de señá Casiana: alta, huesuda, flaca, si bien no se apreciaba fácilmente su delgadez por llevar, según dicho de la gente maliciosa, mucha y buena ropa debajo de los pingajos.

Cortó los despotriques vertiginosos de la Burlada, produciendo un silencio terrorífico en el pasadizo, la repentina aparición de la señá Casiana por la puerta de la iglesia. Ya salen de misa mayor dijo; y encarándose después con la habladora, echó sobre ella toda su autoridad con estas despóticas palabras: «Burlada, pronto a tu puesto, y cerrar el pico, que estamos en la casa de Dios».

Y aquí me tienes que hoy no he comido más que un corrusco de pan; y si esta noche no me da cobijo la Ricarda en el cajón de Chamberí, tendré que quedarme al santo raso. ¿ qué dices, Almudena? El ciego murmuraba. Preguntado segunda vez, dijo con áspera y dificultosa lengua: ¿Hablar vos del Piche? Conocierle . No ser marido la Casiana con casarmiento, por la luz bendita, no.

Como observasen que sus ojos se humedecían, y que, mirando al suelo, y apoyado con ambas manos en el bastón, cargaba sobre éste todo el peso del cuerpo, meciéndose, le instaron para que se desahogara; pero él no debió creerlas dignas de ser confidentes de su inmensa, desgarradora pena. Tomando el dinero, dijo con voz cavernosa: «Si no lo tuvieras, Casiana, lo mismo sería.

La señá Casiana, alta y huesuda, hablaba con cierta arrogancia, como quien tiene o cree tener autoridad; y no es inverosímil que la tuviese, pues en donde quiera que para cualquier fin se reúnen media docena de seres humanos, siempre hay uno que pretende imponer su voluntad a los demás, y, en efecto, la impone.