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Actualizado: 27 de mayo de 2025


Los intrusos se largaron; los de casa se metieron en el pasadizo. Benina sacó de toda la campaña del día, comprendido funeral y boda, 22 céntimos, y Almudena, 17. De Casiana y Eliseo se dijo que habían sacado peseta y media cada uno.

Con todas y con todos hablaba el mismo lenguaje afable y comedido; trataba con miramiento a la Casiana, con respeto al cojo, y únicamente se permitía trato confianzudo, aunque sin salirse de los términos de la decencia, con el ciego llamado Almudena, del cual, por el pronto, no diré más sino que es árabe, del Sus, tres días de jornada más allá de Marrakesh. Fijarse bien.

Sus compañeras trataron de hacerla cantar el para qué la había llamado D. Carlos; pero sólo contestó con evasivas y medias palabras. Suponiendo la Casiana que el señor de Trujillo había tratado con señá Benina el darle los restos de comida de su casa, la trató con miramiento, sin duda por llamarse a la parte.

Yo, señor, yo soy dijo la que así se llamaba, adelantándose temerosa de que alguna de sus compañeras le quitase el nombre y el estado civil. Esa es añadió la Casiana con sequedad oficiosa, como si creyese que hacía falta su exequatur de caporala para conocimiento o certificación de la personalidad de sus inferiores.

Si vale comparar rostros de personas con rostros de animales, y si para conocer a la Burlada podríamos imaginarla como un gato que hubiera perdido el pelo en una riña, seguida de un chapuzón, digamos que era la Casiana como un caballo viejo, y perfecta su semejanza con los de la plaza de toros, cuando se tapaba con venda oblicua uno de los ojos, quedándose con el otro libre para el fisgoneo y vigilancia de sus cofrades.

Algunos pasos más allá, a corta distancia de la iglesia, se apoyaba en la pared, cargando el cuerpo sobre las muletas, el cojo y manco Elíseo Martínez, que gozaba el privilegio de vender en aquel sitio La Semana Católica. Era, después de Casiana, la persona de más autoridad y mangoneo en la cuadrilla, y como su lugarteniente o mayor general.

En el cuarto de la señá Casiana, una vecina se aventuró á decirle: «D. Francisco, á nosotras no nos la da usted.... A usted le pasa algo. ¿Que demonios tiene en esa cabeza ó en ese corazón de cal y canto

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