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Caracterizábale una libertad grosera en el hablar, un desprecio cínico hacia las personas, aun las más respetables, y una ignorancia que rayaba en lo inverosímil. Sus chistes eran de lo más burdo y soez que es posible tolerar entre personas decentes. Alguna vez daba en el clavo, esto es, tenía alguna ocurrencia feliz; mas, por regla general, sus chuscadas eran pura y lisamente desvergüenzas.

¡Ta, ta, ta, ta, ta! dice don Alvaro, algo resignado. Doña Inés suele también moverse a compasión y dice a Calvete: ¡Muchacho!, haz alguna de tus chuscadas para que el señor se distraiga y regocije. Y contesta Calvete: Pues si las hago a manta y el señor rabia y chilla más. Como está tan jaquecoso.... Y exclama don Alvaro: ¡Ta, ta, ta, ta, ta!

Mientras aguardábamos la salida, nuestras lenguas no estaban ociosas, y, aunque Marijuán me entretenía por un lado con sus donaires y chuscadas, por el otro era de tanto interés un diálogo entablado entre Santorcaz y D. Diego, que a las palabras de éstos dirigí toda mi atención. No puedo menos de copiarlo íntegro y tal cual lo , por si mis lectores quieren meditar un poco sobre el mismo tema.

Juanita imaginaba, ufanándose, que el amor de él, aunque mal pagado, había ennoblecido y hermoseado su alma y sus facciones, desterrando de ellas aquella vulgar expresión que solía tener antes, cuando él, exento de amor sublime y poco venturoso, lucía su ingenio diciendo chuscadas a menudo chocarreras.

Sacó los insectos con el dedo meñique, y su amiga le criticó esta acción, llamándole sucio y tratándole con cierta sequedad. Trajeron la leche bien tapada para que no cayeran moscas, y mientras Fortunata se la bebía, Ballester se tomó la otra, diciendo bromas y chuscadas, con las cuales no lograba disipar la negra tristeza en que la joven había caído tras la ruidosa alegría.

No habéis oído vosotros hablar de Pernando de Amezqueta? No. ¡Ah! Pues era el hombre más gracioso de toda esta provincia. ¡Las cosas que contaba aquel hombre! Martín y Bautista le instaron para que contara alguna historia de Fernando de Amezqueta, pero el campesino se resistía, porque aseguraba que oirle a él contar estas chuscadas no daba más que una pálida idea de las salidas de Fernando.

A ratos entretenía al enfermo con los sucesos políticos, contándole mil chuscadas; pero tenía cuidado de no ponderar los peligros del Trono ni el mal curso que tomaban las cosas, pues mi D. Francisco, en cuanto oía hablar de la llamada revolución, se ponía tristísimo y daba unos suspiros que partían el alma.

Preguntaba por los fondos de cierta cofradía del Rosario, que no parecían, hablaba en términos irrespetuosos de las Hijas de María, y decía chuscadas a propósito de la novena, de las confesiones y de los escapularios con que se adornaban las jóvenes beatas de la villa.

Se les cubrió de sarcasmos, lo mismo al sacerdote que a su hija de confesión, y se hicieron correr por la villa mil chuscadas más o menos ingeniosas a propósito de su viaje. Fácil es de adivinar que quien más trabajó en esta propaganda, aunque de un modo solapado, fue el P. Narciso.

En los bancos que rodeaban el fuego no cabía más gente: mozas que hilaban, otras que mondaban patatas, oyendo las chuscadas y chocarrerías del tío Pepe de Naya, vejete que era un puro costal de malicias, y que, viniendo a moler un saco de trigo al molino de Ulloa, donde pensaba pasar la noche, no encontraba malo refocilarse en los Pazos con el cuenco de caldo de unto y tajadas de cerdo que la hospitalaria Sabel le ofrecía.