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Los batidores acometieron á todo golpe, contraviniendo á las órdenes con que se hallaban, y lo egecutaron precipitadamente y con tanta desunion, que los rebeldes cayeron sobre ellos determinadamente, y no pudiéndose defender ni libertar los prisioneros, ocasionaron tambien la muerte de quince dragones de las tropas de Lima que los seguian, sin que fuese dable evitar este sensible y desgraciado suceso la vanguardia, que á paso largo procuraba acercarse para el efecto.

Es hombre de regular cultura, y su influencia entre los negros de este término municipal es generalmente reconocida, pues en muchas ocasiones ha hecho triunfar en Guantánamo á los distintos partidos políticos á que ha pertenecido, trayendo á votar centenares de hombres que lo seguían ciegamente.

Le arrojarían del local para siempre; no podría ver más á su soldado. El miedo la hizo contenerse, y su emoción ruidosa se deshizo en lágrimas. Para desahogar su pecho, hablaba en voz muy queda, una voz que sonaba hacia dentro del cuerpo, mientras sus ojos lacrimosos seguían contemplando con devoción todo lo que pasaba por el lienzo.

Me parecería ya pesado el tema; pero eso mismo me demostraría la importancia que él le daba... Todo esto, dicho entre quejidos y pausas anhelantes, con voz apagada y sepulcral, a la luz extenuada del velón colocado sobre la cómoda, que sólo servía para extremar la palidez cadavérica del enfermo, entre olores de éter y romero, mientras seguían fluyendo las canales y rezongando el vendaval afuera, resultaba bien triste ciertamente.

Entonces los artesanos se salían y marchaban un poco más lejos a bailar con aquellas que, desdeñadas por los caballeros, o de temperamento más bravio, los seguían, arrojando miradas torvas de desafío al coro principal. Ni se crea que faltaba tampoco aquella tarde el baile de sociedad.

Advertidos de que los seguían, se detuvieron, preparándose a un nuevo asalto, pero con gran prudencia, pues ignoraban la fuerza de sus enemigos. De cuando en cuando, algún bomerang sonaba en el aire y volvía a las manos del que lo había arrojado; pero la obscuridad protegía a los cuatro holandeses, los cuales apresuraban su retirada para no ser descubiertos.

No bien había llegado la nueva pareja á los primeros árboles, vieron que Hugo salía de la casa apresuradamente; llevaba en la mano una espada desnuda que brillaba á los rayos del sol, pero no le seguían sus perros y se detuvo un momento á la puerta para soltar al mastín que allí tenía encadenado. Por aquí, dijo la joven, que al parecer conocía perfectamente el bosque.

Cosme, alzando el brazo, lo meneaba muy depriesa, haciendo señales de que no era verdad, pero seguían las voces de perdón y echaron en el bullicio del tablado abajo al adúltero medio muerto y lo llevaron también á San Francisco, quedando allí Cosme llorando

Los polisones de más edad seguían con la cabeza baja, entre incrédulos y aterrados, dudando de que esta orden pudiese ser cierta pero dudando igualmente de que todo fuese una burla, habituados a durezas y castigos en los buques que les habían servido de refugio.

La diferencia de origen, se acentuaba entre él y su nueva familia. Era en su casa como los esclavos de Roma, famosos y apreciados por su habilidad en las ciencias ó las artes, pero que en presencia de los señores recobraban su humilde condición, y seguían siendo esclavos. Al intentar una débil protesta, se aterraba apreciando la separación moral que existía entre él y su mujer.