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Actualizado: 16 de junio de 2025


Razón tuvo Apeles de desdeñar el juicio del menestral, diciéndole: zapatero á tus zapatos; pero el zapatero no podía en cambio recusar á Apeles como juez de su calzado, ya que Apeles, si no sabía hacerle, tenía que pagarle, gastarle y andar con él cómodamente. Quiero decir con esto que, en todo caso, el artista y el poeta podrían rebelarse contra la censura.

Por otra parte los acreedores, y los que persiguen a su mujer de usted, saben por su conducto si usted ha salido, si ha vuelto, si se niega, o si está realmente en casa. ¡Qué multitud de atenciones no tiene sobre el zapatero! ¡Qué tino no es necesario en sus diálogos y respuestas! ¡Qué corazón tan firme para no aficionarse sino a los que más le pagan!

Caprichos de mi padre, que era autor dramático y zapatero, o zapatero y autor dramático, según el orden de prelación que usted prefiera. Todos mis nombres lo son también de famosos dramaturgos de otros tiempos: Pedro Calderón de la Barca, Lope de Vega, Francisco de Rojas Zorrilla.... De ese Zorrilla, autor del Tenorio, algo hablar cuando era niña interrumpió doña Emerenciana.

Al pasar de zapatero con tienda puesta a zapatero de portal, era para él como si después de un largo viaje por mar, y tras inquietudes, amenazas y agonías, llegase a puerto, y, ya desembarcado del grande y temeroso navío, hubiera ido a cobijarse definitivamente en una de esas lanchitas que, asentadas quilla arriba sobre la playa, sirven de vivienda a los marineros retirados.

Quedó, pues, convencido que aprendería un oficio; pero hasta en aquella ocasión excepcional descollaron sobre el enojo de Isidora sus pruritos aristocráticos, porque no consintió que su hermano fuera zapatero, ni albañil, ni cerrajero, ni sastre, ni menos peluquero; y discurriendo sobre a cuál industria le dedicaría, vino en determinar que sería grabador, es decir, fabricante de esas preciosas estampas que adornan las publicaciones ilustradas y de las magníficas reproducciones de los Museos... Para que la industria pueda hacerse pasar por noble, necesita fingir parentescos con el arte.

Las daremos dentro de quince días en la fiesta de los tiradores. ¿De veras? pregunta ella con los ojos brillantes. Martín es uno de los jefes de la corporación de los tiradores; necesariamente ha de ir allá. Gertrudis lanza un grito de alegría; después, de repente, exclama: Pero no tengo zapatos de baile. Mándalos hacer. ¡Ah! ¡Son tan pesados los que hace el zapatero de la aldea!

Al mismo tiempo Juana Oates, la hija del zapatero niña dotada de una imaginación muy viva , afirmaba no sólo que los había visto, sino que se había estremecido de horror, como se estremecía todavía al hablar de eso.

La inflexible señora depositaba en sus manos cada domingo tres pesetas; ni más ni menos. Era todo el caudal de que disponía durante la semana para sus vicios, salvo el fumar, que ella subvencionaba, comprando los cigarros por misma. Cuando necesitaba un sombrero, ella se lo compraba; cuando un traje o unas botas, se avisaba al sastre o zapatero para que viniese a tomar las medidas.

Cuando el Estudiantón requirió a Belarmino a que expusiese su sistema, el zapatero replicó con dulce ironía: ¿Y qué es un sistema? Quizás lo que usted llama sistema no es lo que yo llamo sistema. Yo, gracias a Dios, no tengo sistema. Lo que usted quiere decir es postema. Tampoco, gracias a Dios, tengo postema. Bien, bien, Belarmino; confieso que no le entiendo a usted todavía.

Bueno; pues esa frase es una perogrullada, y no merece la pena perder el tiempo en estudiar el idioma del zapatero, para, en definitiva, venir a averiguar eso. ¿De manera que el diccionario es el universo? ¿Y qué necesidad hay de mudarle el nombre? Perfectamente. Ese es un reparo que cabe oponerlo a los más grandes filósofos.

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