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Pasando un día entre la Catedral y el Alcázar se me acercó una vieja y desarrapada gitana y se empeñó tan obstinadamente en decirme la buenaventura que no supe negarme a su ruego y le entregué mi mano para que la examinase. La vieja gitana me dijo: En buena hora naciste, gallardo y gentil caballero, si la ambición satisfecha basta para hacerte dichoso.

Sospecho que el clérigo, al oír llamar, había mirado por la celosía de madera que cubría las ventanas de la casa y me había visto. Entonces le entregué la tarjeta y dije que aguardaba contestación. No se hizo esperar mucho. La sorda acudió a decirme que «tuviese la bondad de subir». D. Sabino salió a recibirme fuera de la sala con sotana y gorro. Había cambiado la decoración.

Da entero crédito a cuanto te diga; óyele y atiéndele; y acepta y recibe sin el menor escrúpulo lo que te ofrezca y entregue». Que pase adelante ese caballero dijo doña Luz. Juana fue a buscarle, y D. Gregorio entró en la salita en que doña Luz estaba.

Tendrían razón todos los señores, pues no se llega a canónigo sin talento; pero intervino el cardenal difunto, que de Dios goce otro golpe de bonete , y el cabildo hubo de aceptar la reforma a regañadientes, y acabará por aplaudirla. ¡A cualquiera le amarga un dulce! ¿Sabes cuánto dinero le entregué al señor cardenal el año pasado? Más de tres mil duros, casi tanto como nos da el Estado pecador.

Me separé de él y te le entregué para que le educases, porque mi vida no era muy ejemplar, y en este pueblo, por lo dicho y por otras razones, se hubiera criado como un salvaje. fuiste más allá de mis esperanzas y aun de mis deseos, y por poco no sacas de Luisito un Padre de la Iglesia.

Hasta hubo escenas entre Sorege y Jacobo á propósito de esa mujer. El conde hizo todo lo del mundo por decidirle á romper con ella. Llegó á escribirle que su amada le engañaba y á ofrecerle el medio de sorprenderla. ¿Y esa carta existe? La entregué á la justicia y debe figurar en la causa.

Pero permitid que os entregue esta misiva que para vos puso en mis manos el bravo caballero gascón Sir Claudio Latour. Y á vos, señora, os traigo de él este joyero, que le fué presentado en Narbona y que os ofrece con sus respetos.

«Bien, bien dijo el padre de la patria, no desdeñándose de inclinarse para recoger lo que estaba por el suelo . Ahora quítese usted el mantón de Manila». Isidora se lo quitó, y haciéndolo como un lío se lo tiró a la cara. «¿Quiere usted que le entregue todos mis vestidos? No es preciso que me los entregue usted replicó Botín con calma feroz . Yo me haré cargo de ellos.

Mandé mi equipaje anticipadamente al hotel, es decir, lo entregué a una de esas agencias comodísimas que reemplazan en todo lo que es molesto la acción individual, y me eché a vagar por las calles. Eran las 8 de la mañana de un espléndido día de julio.

Sin responder a la salutación que le hice en la cocina, adonde había ido el infeliz desde la cama, me dijo, porque estábamos solos en aquel momento: Como ya habrás leído los papeles que te entregué ayer tarde, por lo menos el principal de todos, quiero, y así te lo mando, que no me hables una palabra ahora ni después ni nunca, de esos particulares ni de ningún otro que sea pariente de ellos.