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Es que ese señor, como es americano, se cree sinduda que estamos tratando con los Pieles Rojas... ¡Hablar de esos asuntos en un vapor! ¡Obligar, forzar á la gente!... Y es ése el que aconsejó la espedicion á Carolinas, la campaña de Mindanaw que nos va á arruinar infamemente... Y es él quien se ha ofrecido á intervenir en la construccion del crucero, y digo yo ¿qué entiende un joyero, por rico é ilustrado que fuese, de construcciones navales?

Kassim era un hombre enfermizo, joyero de profesión, bien que no tuviera tienda establecida. Trabajaba para las grandes casas, siendo su especialidad el montaje de las piedras preciosas. Pocas manos como las suyas para los engarces delicados. Con más arranque y habilidad comercial, hubiera sido rico. Pero a los treinta y cinco años proseguía en su pieza, aderezada en taller bajo la ventana.

Basilio, sin saludar, avanzó lentamente y en voz que hizo estremecerse al joyero, dijo: Señor Simoun, he sido mal hijo y mal hermano; he olvidado el asesinato del uno y las torturas de la otra ¡y Dios me ha castigado! Ahora no me queda más que una voluntad para devolver mal por mal, crímen por crímen, ¡violencia por violencia! Simoun le escuchaba silencioso.

El P. Irene, prosiguió Makaraig, me ha enterado de todo lo que ha pasado en Los Baños. Parece que estuvieron discutiendo lo menos una semana, él sosteniendo y defendiendo nuestra causa contra todos, contra el P. Sibyla, el P. Hernandez, el P. Salví, el General, el segundo Cabo, el joyero Simoun...

Tengo un capricho por ese relicario, repitió Simoun; quiere usted ciento... ¿quinientos pesos? ¿Quiere usted cambiarlo con otro? ¡Escoja usted lo que quiera! Cabesang Tales estaba silencioso, y miraba embobado á Simoun como si dudase de lo que oía. ¿Quinientos pesos? murmuró. Quinientos, repetió el joyero con voz alterada.

Los jóvenes dieron las gracias y se escusaron diciendo que no tomaban cerveza. Hacen ustedes mal, repuso Simoun visiblemente contrariado; la cerveza, es una cosa buena, y he oido decir esta mañana al P. Camorra que la falta de energía que se nota en este país se debe á la mucha agua que beben sus habitantes. Isagani que casi era tan alto como el joyero, ¡se irguió!

El P. Florentino no se acordaba ya de la indiferente acogida que dos meses antes le había hecho el joyero, cuando quiso interesarle en favor de Isagani, preso por su exaltation imprudente; se olvidada de la actividad que Simoun había desplegado para precipitar las bodas de Paulita, bodas que habían sumido á Isagani en una feroz misantropía, que ponía inquieto al tío: el P. Florentino lo olvidaba todo y solo se acordaba del estado del enfermo, de sus deberes de huésped, y se devanaba los sesos. ¿Debía esconderlo para evitar la accion de la justicia?

Cada vez que las unas exaltaban los méritos de un modisto o un joyero de la calle de la Paz o la plaza Vendôme, las otras murmuraban con una voz blanca y una modestia agresiva: «Nosotras no podemos permitirnos eso; en nuestro país somos muy pobres. Eso ustedes y nadie más». Y miraban al mismo tiempo con maliciosa complacencia sus trajes y sus joyas, de igual valía que los de sus rivales.

Ahora se explicaban muchas cosas, la riqueza fabulosa de Simoun, el olor particular de su casa, olor á azufre. Binday, otra de las señoritas de Orenda, cándida y adorable muchacha, se acordaba de haber visto llamas azules en la casa del joyero una tarde en que, en compañía de la madre, habían ido á comprar piedras. Isagani escuchaba atento, sin decir una palabra.

En el entresuelo, Basilio vió á Sinang, tan bajita como cuando la conocieron nuestros lectores aunque algo más gruesa y más redonda desde que se ha casado. Y con gran sorpresa suya divisó allá en el fondo, charlando con Cpn. Basilio, el cura y el alférez de la Guardia civil, nada menos que al joyero Simoun siempre con sus anteojos azules y su aire desembarazado.